Aquella señora se encolerizó cuando le dijeron abuela. No entendió la explicación de que era por cariño y aprecio. Cuando ella se fue con su berrinche, se comentó que tampoco había que hacerle mucho caso, que tal vez la mente le estaba fallando.
Presencié lo sucedido y llegué a la conclusión de que, en realidad, nunca se pensó que, de un tirón, las personas de edad avanzada tendríamos tantos sobrenombres. ¡Qué sorpresas te depara la vida, aun en los albores del nunca jamás!
La costumbre sobrevino afincada en la palabra abuelo, término reservado obviamente para invocarlo en familia o por personas muy allegadas a esta, y luego se desvirtuó por senderos irrespetuosos.
De llamar así a los de edad acumulada pasaron velozmente a un decir generalizado que de afectuoso nada tiene: viejo, puro, anciano, tío… ¿sigo añadiendo? Mejor que no, respetable: ¡imagino su berrinche y la palabra que se le desboca en su memoria!
Como si no bastara la irreverencia, hay quienes aplican también un lenguaje diferenciado, más bien injusto, ante cualquier desliz del que tiene la dicha inmensa de haber vivido muchísimos años, cuando a veces la existencia pasa tan rápida que no alcanza ni para caminar una cuadra.
Si aquel se equivoca en lo que sea, allá va el despectivo «está chocheando». Si olvida algo él, «ya no tiene memoria». O «¡eres un inútil!», si se le cae una vasija, o lo que sea.
Ante iguales situaciones que le ocurren a los de menos edad aparece el no menos insolente «¿Cuándo vas a madurar?», o le llevan mejor con la recomendación de «pon fundamento en lo que haces», «atiende lo que estás haciendo».
La opinión del viejo no cuenta, ni se la piden muchas veces para disponer de sus bienes. Muchísimos ceden sus derechos en vida, soportando en silencio una mezcla de amarguras y desilusiones.
Paradójico ese tratamiento de muchas familias en este país, donde tanto se dignifica la longevidad que, entre otros factores, resulta consecuencia de un sistema de salud que comenzó hace más de 60 años y sitúa a Cuba a niveles de países desarrollados.
Quizá ocurran esos desatinos porque, desafortunadamente, está bastante generalizada la creencia de que el envejecimiento no cuenta con aristas positivas, según avalan algunos especialistas en despreciar a los demás.
Otros, en cambio, destacan que en realidad resulta trascendente comprender al aumento de la población de adultos mayores como expresiones positivas de la promoción de la esperanza de vida y la disminución de la mortalidad.
De hecho, este grupo etario constituye un puntal en el sostenimiento de la familia, y muchos con su mente fértil aportan al bienestar social desde diversas profesiones y oficios.
Si ha sido un regalo de la ciencia lograr que vivamos cada vez más y con mejor calidad de vida, ese avance debería reflejarse también en nuestro vocabulario, para dejar atrás el viejo, puro, anciano, tío… por un simple compañero, señor o señora, usted… que expresan respeto y veneración.
Y además debemos tener bien claro que una cosa es llegar a esa edad en mejor o peor estado, y que lo tiren a viejo o le traten como algo pésimo, y otra que usted mismo lo haga, que se deje caer y le permita a los demás tratarlo con desprecio.
La única vez que vi casi enloquecido al personaje de Hatillo no fue cuando le dijeron bobo, sino viejo… Contundente, ¿verdad?