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¿Aprenderemos sobre la cultura del servir?

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

Hace tres días volvió a confiar. Tocaron a su puerta, y como sucede cada enero venían a cobrarle el servicio. Titubeó. ¿Para qué pagarlo si no lo disfrutaba? Pero, como dije al inicio, decidió volver a confiar.

Me mostró sus comprobantes de pago al otro día. Ha variado la tarifa sustancialmente. En el 2020 fueron 94 pesos por todo el año y desde entonces el número es poco más de 500. Sin embargo, nunca recibe lo que se supone que paga.

Se trata del periódico; o sea, la suscripción del periódico. Que le llegue a su casa, como solía ser, desde que su mamá solicitó el servicio. Pero no le llega hace dos años. Lo preocupante es que no ha recibido explicación alguna.

Lo primero es pensar que no se cuenta con el personal necesario para realizar los recorridos. Pudiera ser. Pero, en todo caso, esa información debe ser dada, y, por consiguiente, no se debe cobrar el servicio de la entrega a domicilio. Pero, como se ha hecho costumbre, sí aparece personal para tocar la puerta cada enero con el talonario en la mano.

Curiosamente, no figura el cuño de la entidad en el papel que se entrega, y ello ya sería otro motivo para dudar.

Mientras planifica un viaje al correo para plantear el problema y esperar por una explicación o solución, vale la pena preguntarse sobre la calidad de los servicios que recibimos, aun pagándolos. O si, en efecto, los recibimos.

Nunca, y menos ahora, dar cierta cantidad de dinero puede ser considerada irrelevante como para no prestarle atención a quien la da. Siempre debería importar el prestigio que una entidad adquiere gracias al actuar de sus trabajadores y la manera en la que se trata a sus clientes. ¿Acaso no aprenderemos en algún momento sobre la cultura del servir?

No es justo pagar por recibir el periódico en casa y no tenerlo. Como no es justo que, sentados a la mesa en un restaurante o cafetería, esperemos que la larga charla de la dependienta termine para ser atendidos, o que la recepcionista del lugar al que llegamos deje de hablar para que responda nuestra pregunta.

No es correcto, entonces, que paguemos un viaje en taxi y que el chofer se moleste si le pedimos que deje de fumar o que baje el volumen de la música que escucha. Tampoco lo es que la costurera se rehúse a arreglar el vestido que, sin cumplir con las especificaciones dadas, pretende ser entregado luego del pago por adelantado realizado.

Es que el acto de pagar implica un cumplimiento tácito del compromiso que se establece cuando, a cambio, se ofrece un servicio o un producto. No es un favor o un regalo, es una elemental operación comercial que requiere, a todas luces, concretarse de manera eficiente para que el usuario o cliente se sienta a gusto.

Nos falta entender esa dinámica, o nos falta, en todo caso, mantener la disciplina al respecto. Por eso, a veces, da igual tratar bien al que llega o venderle lo que busca sin apenas hablar. Nos falta trecho aún por recorrer, y el periódico, hasta la fecha, aún no es leído en la sala de la casa donde, en tiempo, cumplieron con lo establecido. La conexión permite que pueda consultarse a través de la página web en el celular, pero no es para eso que él paga 500 y tantos pesos cada primer mes del año.

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