Crear un espacio político en el que se agrupe a las mayorías en pos de la defensa de la Patria ha sido por décadas una necesidad imprescindible para los cubanos, que ven asediado, cada vez con más intensidad, el respeto a su soberanía. Un espacio que los reúna en torno al bien común de su país, sin que interfieran opiniones sobre el ordenamiento social, el color de la piel, el género o las posesiones materiales.
Martí lo sabía. Sabía muy bien el efecto devastador que había causado la falta de unidad en la lucha independentista. Lo dejó claro al expresar: «La unidad de pensamiento, que de ningún modo quiere decir la servidumbre de la opinión, es sin duda condición indispensable del éxito de todo programa político».
La concepción martiana sobre la unidad nada tenía que ver con la sumisión espiritual a un pensamiento unilateral. Abogó por el intercambio de ideas, por el ejercicio del criterio, por que cada individuo diera el salto desde la pasividad a la acción, siempre y cuando este accionar fuese leal a la Patria.
Martí reconocía que muchos de los que luchaban por la independencia de Cuba no pensaban como él y, sin embargo, no eran sus enemigos. Y esto lo había ganado con un trato respetuoso hacia las opiniones ajenas.
Al respecto afirmó: «Lo que se ha de preguntar no es si piensan como nosotros; sino si sirven a la Patria». Su concepción de República, lejos estaba del establecimiento de la fuerza en pos de la sumisión. No cabía en el corazón del Maestro que a Cuba le naciera otro gobierno dictatorial con leyes para beneficiar a unos pocos y descuidar a la mayoría.
El gran mérito del Apóstol no se encuentra en asimilar las experiencias de las luchas anteriores y el efecto devastador de la falta de unidad, sino en crear un entramado ideológico para solventarlo. Y fue sin dudas el Partido Revolucionario Cubano el mecanismo de mayor alcance unificador en las luchas independentistas.
Este representó un trampolín hacia la materialización de la emancipación, que comenzó primero a gestarse en el corazón de los cubanos y se extendería hasta la creación de un gobierno de carácter popular. El PRC proporcionó una línea programática a la preparación de la guerra y unificó las fuerzas que hasta la fecha actuaban dispersas. Reafirmó la capacidad unificadora del Apóstol y sirvió de guía para quienes deseaban ver libre a la Isla.
A Martí le preocupaba la unidad, no solo de los cubanos, sino de los pueblos de Latinoamérica: «porque alguna vez se han de juntar, para ir levantando el corazón, los que sufren en tierra extraña por una causa común, y tienen las mismas penas y los mismos héroes».
¿La razón? Los que pretenden arrebatar a otros su independencia, a quienes define en su ensayo Nuestra América como «gigantes que llevan siete leguas en las botas» y amenazan con ponerlas sobre los pueblos. Por eso, «¡los árboles se han de poner en fila, para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento, y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes».
Quería una América donde cada país tuviera el derecho a elegir la ruta de su felicidad, sin que fuerzas extranjeras intentaran impedírselo. Países concebidos para ser de todos y «para el bien de todos». No son pocos los gigantes que pretenden quitarles a los pueblos sus recursos, y de estos, el más preciado quizá es la libertad para elegir su forma de gobierno.
«La Patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo para todos, y no feudo ni capellanía de nadie». Lograr la participación de la mayoría en aras de una lucha por alcanzar intereses comunes es cada vez más necesario. A todos debería preocuparnos la ruta de los acontecimientos globales, en los que cada vez más banderas pierden la intensidad de sus colores y fingen una pasividad sorprendente, mientras otros pueblos, de seguro más astutos, ponen las manos sobre esas riquezas y arrebatan su felicidad, o la compran por bochornosos valores.
Hemos de estar alertas contra aquellos que dejan a merced de otros la capacidad de decidir su futuro: son tan pobres de espíritu que representan peligro para el resto. Levantemos nuestra soberanía como bandera. Que ondee libre por sobre nuestros árboles, tan juntos y robustos que podrían incluso impedir el paso de las estaciones.
*Escritor y presidente del Movimiento Juvenil Martiano en Holguín