Casi al terminar el año es costumbre que miles de mensajes de felicitación por la cercanía del año nuevo inunden los medios masivos de comunicación, las redes, los encuentros y fiestas entre amigos y vecinos.
Sin embargo, en medio de una difícil situación económica, no falta quien se pregunte al recibir una felicitación por ese año ya próximo: «¿y por qué rayos me felicita este? ¿Le parece que el año próximo me traerá alguna felicidad?».
No doy recetas ni impongo nada en casos como estos. Cada quien es libre de elegir el ánimo o el realismo con que habrá de enfrentar un año que casi toca a nuestras puertas y no va a ser tarea fácil, pues las contracciones en la economía casera no apuntan a que la vida será más suave en los próximos 12 meses.
No obstante, prefiero asumir como el artista que más admiro en este mundo, el catalán Joan Manuel Serrat, que «no hay más tiempo que el que nos ha toca´o» y es un regalo de Dios o de la naturaleza el hecho de respirar, amar, reír, llorar y compartir vivencias y tiempo con nuestros seres queridos mientras otros, a veces de manera prematura, dejaron de hacerlo para siempre.
En medio de la soledad que me acompaña en el pequeño e imperfecto espacio donde habito, decidí tomarme en serio el acto de no caer derrotado y, con la ayuda de un amigo grande llamado Jorge Valdespino, pintar de arriba a abajo mi casa.
Quise darle a techos y paredes un nuevo color victorioso, olvidarme de quejas y dolores cotidianos y asumir la recta final de mi vida con el coraje de un hidalgo frente a cualquiera de sus contrincantes.
Es cierto. Falta de todo en la despensa y los precios desde hace rato superaron a las nubes. No voy a contar lo que todos saben de memoria. Pero yo decidí pintar mi esperanza, creer que la felicidad puede ser posible y puede ser la mejor compañera de un ser humano, solo o acompañado.
He visto en otras casas de mi pueblo una actitud semejante a la mía: la gente se afana por darle un nuevo rostro a las paredes que el pesimismo, más que las limitantes económicas, les impedía rejuvenecer mientras escuchaban música o bebían un trago de vino o ron. Clara
Isabel Martínez, uno de esos seres que decidieron tatuarse en el alma la palabra optimismo, suele enviarme muchos textos cortos que deambulan por las redes y llaman a vivir de manera luminosa, en pleno desafío a tropiezos, carencias y golpes bajos de toda clase.
Los he disfrutado y asumido con una sonrisa de aprobación. Incluso, me he atrevido a hacerle algunos aportes para ensanchar el tamaño de esos consejos bienhechores, entre ellos beberme una cerveza a la salud de alguna buena causa.
Es fácil impartir consejos optimistas si olvidas la dura realidad de cada jornada, dirán algunos. Sin embargo, yo prefiero creer, sin pestañear siquiera, que, por dura que esta sea, «no hay más tiempo que el que nos ha toca´o», y cuanto más nos toque, entonces mucho mejor.
Puede que la vida sea un regalo que envolvieron mal, como canta el trovador marieleño Ernesto Fregel. Pero así mismo, llena de imperfecciones y mal envuelta en ocasiones, siempre será la aventura mayor y más hermosa, digna de pintarse con todos los colores posibles, trátese de paredes o del alma. (Tomado del periódico El Artemiseño)