Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Mixturas

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Empujados a La Puerta del No Retorno, mirando al mar, al infinito, millones de africanos fueron arrancados de sus tierras. Sobre su sangre, sobre sus lágrimas, se forjó parte de la riqueza del Nuevo Mundo. En rigor, la novedad y el «descubrimiento de América» son pura visión eurocéntrica. Esto era ya suelo habitado muchos años atrás.

África es un continente multiétnico, plurilingüe  y multicultural. Esos seres humanos convertidos en esclavos, debieron complementar sus conocimientos y afincar la sobrevivencia de una manera heroica. Ese cosmos  músico-danzario-religioso penetró las paredes del colonizador europeo. Copularon eros y saberes de todos los océanos, y comenzó a fraguarse la mixtura.

La poesía es siempre la síntesis perfecta. Virgilio Piñera, en su antológico poema La isla en peso, supo encontrar los hilos de esa urdimbre: «debo esforzarme a fin de poner en claro /el primer contacto carnal en este país, y el primer muerto (...) las eternas historias de los negros que fueron, /y de los blancos que no fueron, /o al revés o como os parezca mejor, /las eternas historias blancas, negras, amarillas, rojas, azules, /—toda la gama cromática reventando encima de mi cabeza en llamas—,/ la eterna historia de la cínica sonrisa del europeo /llegado para apretar las tetas de mi madre».

Un estudio del genoma en diez mil cubanos, liderado por el Centro Nacional de Genética Médica, dado a conocer este propio año, arrojó que el 39 por ciento de los nacidos en este archipiélago, descendemos de madres africanas; el 35, de mujeres amerindias y el 26, de europeas. Ese «color cubano», ese orgullo de convivir con las diferencias, no ha estado exento de tensiones.

El artículo 42 de la Constitución de la República de Cuba refrenda los derechos de las personas «sin ninguna discriminación por razones de sexo, género, orientación sexual, identidad de género, edad, origen étnico, color de la piel, creencia religiosa, discapacidad, origen nacional o territorial». Sin embargo, he sido testigo de actitudes francamente racistas, de manifestaciones lacerantes que perviven en ciertos espacios como clavos enquistados. También se roza la xenofobia por razones de origen territorial, hay historias que van más allá de un «inocente chiste».

La discriminación es gangrenosa: envilece a los que la practican y contamina a los que la comparten. De un largo proceso de «choques y refundiciones», al modo de decir del filósofo Fernando Martínez Heredia, emerge nuestra identidad. Resulta inexcusable acudir a la metáfora de Fernando Ortiz, a su ajiaco como símbolo de las esencias nacionales; pero no hay que olvidar que se trata de una cocción perpetua.

¿Cuándo un componente de ese hervor es aceptado como parte del ser cubano? ¿Qué lo legitima?  ¿Cuáles son los agregados de los últimos años?

A esa vis cómica, a ese choteo, a esa capacidad de ingenio a las que se refiriera  Jorge Mañach en la etapa republicana como marcas cubanas, seguramente habrá que sumarle la solidaridad que han demostrado miles de compatriotas en cualquier parte de este mundo, en tiempos más o menos recientes. Somos gente de mirar a los ojos, de brindar la casa, de
correr con un desconocido ante cualquier emergencia. A ese humanismo, a ese carácter extrovertido, se le extraña en otras geografías, como al aire mismo.

¿Acaso una nación que se echó al monte, que se enfrentó a la pólvora con machetes, un pueblo cimarrón que no se sometió a los dictados de nadie sin sacudírselo… puede arrimar tranquilamente a su olla fundacional, la simulación oportunista, el silencio cómplice, las soluciones postergadas, el irrespeto ramplón, el «todo vale» para salir adelante? ¿Se ha impuesto en medio de nuestras carencias, «la sicología del luchador», como alguna vez escribiera Graziella Pogolotti? ¿Nos hemos agotado?

No se pudo asentar en esta tierra ni el Juana ni el Fernandina de los colonizadores, sino que prevaleció el término Cuba devenido del aruaco insular. El lenguaje venció a las armas, el espíritu se sobrepuso al poder. Tal vez sea este el legado más hermoso y permanente de nuestros ancestros.

Desde las raíces hundidas en esa Cuba taína y mambisa que tanto nos enorgullece, necesitamos una mirada escrutadora y urgente a la Cuba contemporánea, a sus circunstancias; porque cada tajo contra el tejido espiritual de la nación, es sangre que mana de nosotros mismos.

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