El 4 de mayo de 2015 fue una mañana diferente en el aeropuerto internacional de Maiquetía en Caracas, Venezuela. Tras su aterrizaje y ante una gran expectativa, se abrieron las puertas de un avión que llevaba, por primera vez fuera de Cuba desde su liberación, a Gerardo Hernández Nordelo, Ramón Labañino Salazar, Fernando González Llort, René González Sehwerert y Antonio Guerrero, los cinco cubanos que durante más de 16 años habían cumplido condena, injustamente, en cárceles norteamericanas.
Se respondía así a una invitación oficial del presidente venezolano Nicolás Maduro Moros, se respiraba un ambiente de alegría pero de mucho respeto, nada comparado con los sentimientos que provocó que la primera imagen que se viera, a su llegada a tierras bolivarianas, fuera la de la pequeña Gema, la bebé de Gerardo y su esposa Adriana, de apenas unos meses de nacida pero convertida ya en símbolo de resistencia, de esperanza, de lucha, de vida.
¿Quiénes eran estos hombres que los cubanos y cubanas y millones en el mundo ya reconocíamos y llamábamos «héroes» y la prensa más reaccionaria de Estados Unidos y otros países continuaban nombrando «espías»? ¿Por qué recordar aquellos días, los de su liberación, sigue generando tanta emoción y compromiso?
Sobre los cinco héroes cubanos apresados el 12 de septiembre de 1998 se ha escrito mucho, se ha debatido, se han publicado libros, películas, en muchos países se les ha visto contar lo que vivieron y sufrieron durante más de 16 años, también explicar cuáles eran sus misiones, por qué jóvenes cubanos eran capaces de abandonar su cotidianidad, sus profesiones y rutinas, a sus familias y amigos, su casa y su barrio, para ir a otro país —por demás, la mayor potencia del mundo—, e infiltrarse con otra identidad para informar secretamente sobre acciones terroristas que se articulaban y orquestaban contra su pueblo.
Habían sido, además, sometidos a todo tipo de tortura sicológica: meses de encierro y aislamiento en el llamado «hueco», incomunicación con sus familias, procesos judiciales largos y amañados, una infernal campaña mediática para sembrar confusión, falsas pruebas, llamar la atención y aumentar de forma irracional los cargos que se le imputaban y, por tanto, las condenas.
Gerardo, René, Antonio, Ramón y Fernando nunca fueron una amenaza para el pueblo norteamericano, ni para nadie, tampoco buscaban prebendas personales; todo lo contrario, solo defendían a Cuba de acciones terroristas organizadas, financiadas y apoyadas desde suelo estadounidense, por sujetos que allí vivían libremente, algunos de los cuales habían sido los causantes directos de crímenes en los que habían perdido la vida, desde 1959, 3 478 cubanas y cubanos y más de 2 000 estaban incapacitados.
Eran, eso sí, hijos de la tierra de Martí, amantes de la paz, la libertad y la justicia social, formados por una Revolución socialista, conscientes de la labor que realizaban, comprometidos con su pueblo y su verdad, con esa fe en la victoria y esa capacidad de lucha inquebrantable que permitió al Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, afirmar en junio de 2001 que volverían. ¡Y volvieron!
Cuando se cumplen 25 años de la detención de los cinco cubanos en Estados Unidos, Cuba recuerda no solo la intensa lucha por su liberación, sino también cuánto ha costado a este pueblo el camino de la independencia y la dignidad a solo 90 millas de quien siempre ha pretendido impedírselo.
Ellos nunca representaron un peligro, como esta pequeña Isla rebelde tampoco lo ha sido ni lo será, aunque la incluyan de forma unilateral en espurias listas de supuestos países patrocinadores del terrorismo.
Ellos —como tantos otros y otras cuyas historias quizá nunca conozcamos— conviven entre nosotros, aportan, construyen, asumen responsabilidades, critican lo mal hecho y proponen, se enfrentan a bloqueos e intentos de subvertir el orden interno y, sin embargo, se crecen. Son, en definitiva, héroes en medio del batallar cotidiano que libramos cada día en la que sigue siendo faro de lucha por el mundo mejor que creemos posible.
Habrá que volver a sus historias una y otra vez, compartir con ellos, escucharlos, leer sobre lo que hicieron y sufrieron, escudriñar en las reflexiones del líder cubano Fidel Castro sobre el terrorismo contra Cuba y entonces rencontrarnos con nuevas lecciones y compromisos. Habrá, sin dudas, momentos también para emocionarnos, como aquel día en el que tocaron tierra venezolana por primera vez, luego de su liberación, y fue la pequeña Gema —hoy ya una pionera cubana más crecida— el más genuino símbolo del amor y la resistencia.