De las primeras palabras que pronuncian nuestros labios, esa arraigada al amor, sin límites, sin horarios, con efectos secundarios, quizás hasta exagerados, pero en su esencia es querer en grado superlativo, dónde todos los motivos son el sacrificio diario, la esperanza, el cariño conforman su calendario, vivir para sus retoños, luchar por su bienestar, ocupa es su itinerario la encomienda principal.
Abrigo en momentos difíciles, la amiga más permanente, la más grande confidente, la mujer que no traiciona, la única que perdona así le falles al mundo, con ese amor tan profundo mantenido a cada instante, ese lazo gigante formado a medias que creces, esa unión insuperable en su vientre nueve meses.
Cuando una puerta se cierra, quizás 500 abres, pero el lugar permanente es el pecho de la madres, rincón de tranquilidad, eterno hogar de cariño, dónde incluso con 50 siempre serás ese niño mimado, protegido, quizás hasta malcriado, dónde los consejos brotan como el viento en los tejados, las caricias en la frente, los besos, desesperados.
Esas guerreras ardientes , como amazonas doradas, mujeres empoderadas, trabajadoras, abogadas, camareras, ingenieras y doctoras, esposas incandescentes, pero nada vale más que su rol fundamental, su razón para seguir, la fe para continuar, pues ante todas las cosas son madres hasta el final.
Esa mujer que nunca veremos fallarnos, y en caso de hacerlo, no debería importarnos, a ella debemos la vida, el placer de la existencia, no hay cargo de conciencia cuando de ella se trata ni rencores obstinados, ni reclamos por ausencia, a veces las malos recuerdos son parte de la experiencia, o sacrificios perpetuos en busca de un bien mayor, la conclusión es muy simple no hay excusas ni desvíos para atenderlas a ellas, no hay alegría más grande, ni mayor felicidad que contar con ese ángel bajo el nombre de mamá.