Lo vi justo después de que aquella señora, anciana y con unos bultos a cuesta, le pidiera un «chance» al chofer para bajarse en la céntrica esquina de 17 y G en el Vedado capitalino. Ahí debió estar desde hace ya algunas tardes, pues luce gastado y sucio, e intuyo, además, que ha sido observado por otros muchos pasajeros que como yo se preguntan si en estos tiempos duros se precisa de mensajes tan superfluos.
En una de las rutas P2 que transitan hoy por La Habana asalta a la vista, tras subir por la puerta delantera, un cartel con letras mayúsculas en donde se lee: «Chance: trae pérdida, consumo de petróleo, pierdo tiempo y pierdo dinero. Mejor no lo pida».
Tal cual, parece aclararle a algunos e incluso a la Real Academia lo que se entiende como una oportunidad de conseguir algo. Pero alejándonos de esta base conceptual de la palabra, en la que nunca puede haberse pensado, el cubano que lo pide —una gran mayoría— lo hace para acortar distancias, sin hablar de lo cansado o cargado que vaya o simplemente de lo mucho que le falte para llegar a su destino final.
Quizá se haya vuelto costumbre pedir que abran la puerta del ómnibus en una esquina a metros de la parada, pero es que a veces estas se diluyen entre lo que establece la señal y lo que los choferes entienden como lugar idóneo para desocupar un poco de pasajeros.
Sin embargo, aquí no pretendo defender a quienes deliberadamente abusan de los favores y terminan molestos porque la negativa respuesta no les resultó suficiente. Me refiero al cartel que evita cualquier tipo de pregunta e impone aceptar el cumplimiento exacto de «lo establecido», aunque ello no justifique ciertas dosis de egoísmo, autoridad y apatía.
Teniendo en cuenta que abordar un
ómnibus resulta parte de la rutina cotidiana, de la vorágine de tareas pendientes antes de llegar a casa y muchas veces la única opción para el regreso, ¿es imprescindible toparse con tanta mezquindad a la entrada de lo que siempre nos llevará a otro sitio? ¿Hay que cargar, además del tiempo de espera en una parada, el sudor y los apretones para alcanzar un espacio, con un mensaje que nos libra de cualquier intento por pedir ayuda?
Un chance «trae pérdidas», pero también trae un acto de solidaridad. No busca una discrepancia entre quienes llevan —por esta vez— el control y los que a merced del destino se transportan en estas ruedas.
Nunca supe si aquella señora tuvo la osadía de pedir el favor o no leyó, con tanto trajín que se le veía, el cartelito de enfrente que yo llevaba rato analizando. Solo espero, a suerte de estos tiempos cargados de hollín, que abrir las puertas sea más fácil.