Le propongo detenerse a pensar en la Escuela Latinoamericana de Medicina, la conocida ELAM, esa que al noreste de La Habana atesora tantas historias. ¿Se imagina reunir a estudiantes de latitudes tan diversas de la región con un mismo sueño? ¿Tiene idea de cuántas tradiciones, costumbres, inquietudes, aspiraciones, frustraciones y añoranzas se entrecruzan por sus pasillos, en sus aulas, en cada espacio compartido? Pareciera una utopía, pero la hermandad se construye en su interior.
Cuando el líder de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, inauguró este centro el 15 de noviembre de 1999, como parte del Programa Integral de Salud que se desarrollaba desde octubre de 1998, debido a los desastres naturales causados por los huracanes Mitch y George en la región, tenía muy bien definida su esencia: compartir lo que tenemos, nuestro saber, y llevar a todos los rincones del mundo los principios de solidaridad y humanismo que caracterizan a los profesionales de la Salud.
No fue casual que el 15 de abril de 2007, el entonces presidente venezolano Hugo Chávez continuara la iniciativa en Venezuela creando la Escuela Latinoamericana de Medicina Doctor Salvador Allende, en cooperación con el proyecto cubano. Multiplicar una intención, un abrazo visionario en tiempos tan hostiles en una zona del mundo siempre agredida y amenazada.
Son esos médicos formados en Cuba los mejores embajadores de nuestros valores en sus países. No solo porque pueden conocer de primera mano a nuestro pueblo, nuestra identidad, cultura e historia, sino porque se llevan bajo el brazo los conocimientos adquiridos, entre los que se incluyen los relacionados con sus estudios y aquellos que, desde el corazón, se ofrecen.
Jóvenes de confines distintos de este lado del mundo regresan a sus naciones con la convicción profunda de que cada paciente tiene un nombre, y no es un número asignado en una cama; de que cada ser humano merece una atención personalizada y su familiar, una explicación detallada. Ellos brindan en sus consultas una atención diferente: miran a los ojos, prestan su hombro para el sosiego y se sienten completamente satisfechos al recibir el agradecimiento en una sonrisa o un apretón de manos.
Precisamente eso es lo que quiero resaltar en vísperas del Día de la Medicina Latinoamericana: la obra cubana diseminada por el mundo. No sucede solamente cuando nuestros profesionales del sector sirven en otras latitudes durante su desempeño en misiones internacionalistas. Ya ve usted que también, en cada uno de estos muchachos egresados de la ELAM, Cuba se hace sentir como país de referencia internacional si de Medicina se trata.
Reconfortante es verlos en nuestros hospitales, creciendo, preguntando, ganando en cada minuto un aprendizaje para toda la vida. Sacan provecho, sí, para su formación, pero tratan con respeto y paciencia a cada necesitado, y ello es también una muestra de reciprocidad.
Entonces, si hablamos de Medicina, de Latinoamérica, de Cuba, de profesionales consagrados a una profesión de puro sentimiento y entrega, no podemos olvidar la ELAM, porque como proyecto es un logro de la Revolución Cubana pero, ante todo, es la esencia de un país que piensa en la humanidad toda.