El carro patrullero llegó. La algarabía se escuchaba desde la calle, y al llegar la oficial al encuentro de los vecinos seguía aquel vociferando y alegando que «ella no podía entrar porque eso es allanamiento de morada». Fue necesario bajar los ánimos y explicarle a la oficial, cada cual, la razón del conflicto que ya superaba los decibeles elementales de una conversación pacífica y rozaba improperios y amenazas.
El «pecado» de la vecina consistió en necesitar el acceso al área donde se encuentran los metrocontadores de la electricidad y las llaves del gas, situados bajo la escalera por la cual se llega a los apartamentos de los altos. No es la primera vez que lo necesita y no es la primera vez que este vecino de los altos se niega a abrir porque considera, erróneamente, que puede hacerlo. En esta ocasión, ante la emergencia que requería cerrar la llave del gas, la vecina abrió la puerta que conduce a esa escalera, y accedió al área. Ese fue el «allanamiento de morada» del que aquel la acusaba.
Lo demás ya es imaginable. Gritos, ofensas, intimidaciones y la señora reclamaba su derecho, lógicamente. La oficial hizo valer su autoridad y le recordó al equivocado que las áreas comunes de los edificios no son propiedad de algún vecino en particular y que si continuaba negándole además el acceso a esa área a los inspectores y cobradores que acudían al edificio, como lo reseñaba la vecina, incurría entonces en un delito sancionable.
La puerta que permite el acceso a la escalera es también la puerta que permite llegar hasta esa área y, por lo tanto, todos los vecinos del edificio, aunque vivan en los bajos, deben poseer una copia de la llave. Y en caso de que alguno necesite además, pasar a la azotea, pues ninguno de los vecinos de los altos puede negarse a dejarle pasar por su casa, al ser ese el único camino para llegar a lo más alto del inmueble.
Fue menester hacer valer la autoridad más de una vez, porque ante las dos mujeres, el vecino no cesaba de argüir su supuesto derecho de controlar el pase tras esa puerta. Siempre errado en sus planteamientos, espero que ahora recapacite y comprenda que no se puede vivir en guerra con los demás por gusto.
¿Quién es el familiar más cercano que tenemos? El vecino, decía mi abuela. Por lo tanto, llevarse bien en una comunidad es la garantía de poder contar con el apoyo que un día necesitaremos y, por supuesto, vivir en paz y armonía.
Los litigios entre vecinos de viviendas ubicadas en edificios multifamiliares se resuelven de acuerdo con su naturaleza, expresa la legislación concerniente, y especifica que se acude a tribunales en caso de una afectación particular producto a vertimientos de agua, filtraciones provocadas por llaves abiertas, molestias ocasionadas por ruidos, golpes en el piso o el acometimiento de obras de modificación, reparación, limpieza, seguridad y mejoras de una vivienda, entre otras, siempre que se perturbe el uso y goce legítimo de los demás vecinos.
Estoy segura de que quien me lee ha pasado por cualquiera de los sucesos antes descrito, porque incluso en edificios de cuatro o cinco viviendas, los pleitos pueden ser de grandes dimensiones si las personas que las habitan son egoístas e intolerantes.
Apelo al entendimiento, a la reflexión colectiva y, sobre todo, a la empatía. Hoy soy yo quien hace gotear tu techo pero mañana puedo ser quien sufra por una gota en el mío… Entonces, seamos mejor llevados en la dinámica cotidiana, evitemos el llamado de la policía u otra autoridad si hablando, civilizadamente, resolvemos los asuntos.
Lo terrible no es discutir por una llave común o por la responsabilidad de una filtración o por si se puede colocar una antena de televisión aquí o allá… Es lastimarnos como si viviéramos en una jauría, sin pensar en el daño que nos hacemos, dejando huellas inolvidables de maltrato y promoviendo la enemistad, incluso, entre los niños de padres enfrentados. Lo peor es que, justamente, perdemos al familiar más cercano.