Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las leyes y la selva

Autor:

Ana María Domínguez Cruz

—«Chofe», buenas tardes, ¿me adelanta?

—Estoy boteando, muchacha. Monta, que te quedas.

—Pero si usted no tiene cartel de taxi… Estoy pidiéndole una botella.

—No hace falta el cartel, estoy boteando.

—«Chofe», son pocas cuadras, tengo una mochila pesada y hay mucho sol para caminar. Haga una buena acción hoy, adelánteme.

—Bueno, dale, monta, que ya ponen la verde.

Sentada en el asiento delantero, a su lado, con la mochila entre las piernas, le agradecí y le dije que siempre hay que hacer buenas acciones en el día.

—¿Buenas acciones? No me digas… Esto es la selva, muchacha. ¡Sálvese quien pueda! Con buenas acciones no compro comida. Te llevo, vaya, porque me convenciste y estabas ahí en el semáforo… yo sé que ahí se ponen a pedir botella, pero ni te imagines que esto es así. Si no boteo ni comida ni combustible encuentro; las buenas acciones ya no existen.

—Oiga, no diga eso. Si todo el mundo pensara como usted, esto sería como una guerra. Tenemos que ayudarnos.

—Bueno, ya te ayudé a ti. A ver quién me ayuda a mí. Ya no hay sentimientos; te digo, esto es la selva.

—Mire, déjeme en esta esquina. ¿Vio que era cerca? Un adelanto, era eso, para ayudarme.

—Sí, para ayudarte. Hubieran sido 30 pesos por lo menos… Pero bueno, dale, buen día para ti. A ver si yo levanto…

Mientras veía el carro alejarse y esperaba para cruzar la calle, pensé que si todos actuáramos como este hombre, si realmente todos creyéramos que vivimos en una selva donde la supervivencia a toda costa es lo único que importa, entonces entre nosotros mismos terminaríamos agrediéndonos, comiéndonos.

Cierto es que vivimos tiempos difíciles. Escasean productos alimenticios, los precios cada vez son más elevados, hay un déficit de combustible para generar electricidad y garantizar el servicio de transporte… y en todo caso, solo nos queda apelar a la sensibilidad.

De no ser así, ¿comprendería la que organiza la cola en la tienda que aquella señora no puede salir de su casa y necesita que le alcancen la compra? ¿Entendería el bodeguero que si le quita libras de arroz a un consumidor para venderlas en su beneficio, le quita ante todo su derecho a recibir lo que le corresponde?

¿Sería capaz el médico de atender con esmero a sus pacientes sin pensar en los problemas que tiene en su hogar? ¿Pudiera la maestra impartir clases de calidad si solo piensa en que es mejor cobrarlas en su casa sin que nadie se entere? ¿Compartiría usted algún medicamento para que quien lo necesite pueda hacer uso de él?

Cada cual pensaría en su situación personal, en su manera de sacar provecho de todo, en que el dolor ajeno no le incumbe, en que una ayuda hoy es por dinero a cambio, en que si consigo algo a buen precio no lo comento para que solo pueda comprarlo yo, en fin… que nada es gratis.

Lo más parecido a una selva, por supuesto. Los más fuertes y audaces sobreviven, y pobres de los débiles, los pequeños, los que no tienen recursos. Con uñas, dientes y garras hacemos valer nuestro lugar y contra viento y marea nos llevamos a casa lo que luchamos. ¿Los desvalidos, los viejos, los enfermos? Que se las agencien por su cuenta; es la selva, no hay piedad.

Ese no es el país en el que queremos vivir, estoy segura. ¿En realidad queremos afilarnos los dientes y salir a darle zarpazos a todo el que aparezca en nuestro camino? No creo, no es esa la esencia de los cubanos.

¿Acaso la vecina no nos ofrece un poquito de sal si no tenemos? Y sin duda, abrazar al enfermero que le inyectó sin sentirlo apenas es una reacción común. Entre nosotros mismos nos damos consejos de buena fe y ayudamos espontáneamente a cruzar la calle a quien se accidentó al caminar. Una amiga puede regalarle ropita para su bebé y una compañera de trabajo puede hacerle un dobladillo sin cobrarle nada.

¿Se da cuenta? Prevalece la bondad desinteresada en cada una de estas acciones cotidianas. No, no vivimos en una selva. Puede existir una allá afuera, en otro lado, pero nosotros aquí tenemos otras leyes.

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