Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Pompeo y su derecho a la rabieta

Autor:

Juana Carrasco Martín

EL historiador estadounidense y profundo conocedor de las  relaciones de su país con América Latina, Robert N. Burr (1916-2014),  escribió en alguna ocasión esta lapidaria aseveración que no ha sufrido ningún cambio sustancial con el paso de los años y las diferentes administraciones en la Casa Blanca de Washington:

 «En los Estados Unidos generalmente se da por sentado que las naciones de la América Latina son especies Inferiores de Estados, que legítimamente caen bajo la influencia de los Estados Unidos; que existen, primariamente, para dar cuerpo a su política exterior, contribuir a su defensa y estar al servicio de su economía».

 Ese virus contagia la política estadounidense,  y ha signado unas relaciones que, cuando de Cuba se trata, por lo general destilan odio visceral, ignorancia y arrogancia. El secretario de Estado de la administración Trump, Mike Pompeo, acaba de dar muestra de ello y estuvo secundado y empujado en la perreta por el senador Rubio, de la Florida, dolidos en su ego e intereses por la elección de la Mayor de las Antillas para ocupar —por tres años y quinta ocasión — un asiento bien ganado en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.

 A decir verdad,  la herida era más profunda aún. Tampoco le complacía al señor Don Pompeo  que Rusia y China también estuvieran entre los nuevos 15 Estados miembros del organismo de la ONU integrado por 47 países en representación de las regiones del mundo.

 En un comunicado, Pompeo  arremetió con saña usando manidas mentiras, la justificación para el aislacionismo de «casa sola» que ha caracterizado a la actual administración, y la amenaza solapada de su instrumental de sanciones, elementos todos que utiliza para interferir en los asuntos internos de otros países, habida cuenta de que se cree amo y señor del mundo:

 «La Asamblea General de la ONU eligió una vez más a los países con un abominable historial de derechos humanos, incluyendo China, Rusia y Cuba»… «Estas elecciones solo validan aún más la decisión de EE.UU. de retirarse y usar otros lugares y oportunidades para proteger y promover los derechos humanos universales».

 De alcahuete salió el Rubio de la Florida: «Que China, Rusia y Cuba sean elegidas para la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas es una broma cuando se consideran las atroces violaciones de los derechos humanos que cometen», escribió. No fue el único en la cohorte imperial: Nikki Haley, exembajadora de EE.UU. en la ONU, y Hillel Neuer, director ejecutivo de una ong llamada UN Watch,  les hicieron compañía levantando estandartes de «democracia libre».

 Tras ese paño enlodado por sus propias prácticas, las depredaciones y violaciones de un Estado desunido por el sistémico racismo, la xenofobia, la persecución, detención, expulsión y separación arbitraria de los migrantes, el uso de la tortura contra «enemigos sospechosos», la hipocresía de un régimen donde priman las mayores desigualdades económicas y sociales y, por último —aunque no agota la lista—, la falsedad de unas elecciones del mejor postor que pone en compra-venta las más altas instituciones de cualquier nación.

 Con el sacudión que le ha dado la ONU, se comprende el uso de Pompeo y comparsa del único derecho que les queda a mano, el de la pataleta. 

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