Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Hasta tumbarle la corona

Autor:

José Alejandro Rodríguez
 
Hoy no ando muy cordial. Qué más quisiera que hablar, en materia de la COVID 19, en un tono triunfal, excesivamente optimista, de “eso que anda” en las calles de mi país en tiempos de coronavirus.
 
Si bien las autoridades cubanas han asumido el momento con gran preocupación y ocupación para enfrentar sabia y resueltamente esta pandemia; si bien la mayoría de los cubanos han tomado sensatamente todas las medidas de aislamiento y de obsesiva higiene, no puedo estar tranquilo con las imágenes que se reflejan en las redes sociales, como si para algunos nada sucediera. Y también por lo que, en mi encierro precavido, observo desde mi ventana indiscreta, para llamarla así como el filme antológico del gran Alfred Hitchcok.
 
La irresponsabilidad, la insensatez y la ignorancia andan callejeando aún a estas alturas de la curva de infección. Sin nasobuco y abrazándose, hasta festejando embriagadamente su propia imprudencia.
 
Otro asunto es el diario “forrajeo” del yantar. Claro que es imprescindible que alguien de la familia salga a procurar lo necesario, más bien lo posible, para este aislamiento. Es duro buscar el alimento y el pan diario, ante una oferta cada vez más tensionada por la demanda. Y aquí cuesta mucho trabajo atemperarse a ese estilo nórdico y germánico de las colas distanciadas y sin alboroto. Como que también es cierto que no siempre está la policía para imponer el orden y la distancia necesaria entre las personas.
 
Ayer, la ministra de Comercio Interior anunció cierta descentralización para la venta de alimentos hacia los barrios, aprovechando más las bodegas, y con regulaciones, que le cierren el paso a los acaparadores revendedores, esos oportunos ventajistas en tiempos de necesidad. Esperemos que esta idea se plasme con rigor allá abajo en el barrio, con rigor y control, de manera que no se descentralice el mal.
 
Alguien, con mucha razón, había sugerido mucho antes: ¿Por qué no extender y repartir más la distribución de los alimentos hacia los barrios, en carpas improvisadas y bajo estricto control, con aquella fórmula que probó su eficacia a raíz del tornado que azotó La Habana en enero de 2019? ¿ Por qué no aprovechar más las bodegas como unidades comerciales?
 
Lo otro que me parece sensato es haber dejado a la gastronomía, tanto la estatal como la privada, la posibilidad de que oferten platos para llevar a casa, en horarios regulados. En tiempos de prohibiciones necesarias como muros, porque nos va la vida, es sabio dejar ventanas a la iniciativa en materia de lo urgen te e inmediato: la alimentación.
 
Pero sean como fueren los pasos que se dan, y den o no los mejores resultados, nada justifica que la desorganización, el desespero y el pánico se aglomeren. Porque lo del coronavirus es muy serio: No respeta la más mínima imprudencia para solazarse por doquier. No distingue razas, edades, género, creencias, posturas políticas ni jerarquías. Ni humildes ni ilustres y bien nacidos y plantados. Ni siquiera la briosa juventud ni la inocente infancia se exoneran del peligro. La Covid 19 sí es muy democrática en su malignidad.
 
No estamos ya para paños tibios, Es la hora de medidas más rigurosas con quienes groseramente quiebran las barreras de la protección necesaria, ponen en peligro su salud y sus vidas, y con ellas las de su familia y las de toda la gran familia que es el país.
 
La vida de cada uno depende de la del prójimo. Y esa cadena humana nadie tiene derecho a romperla, mientras tantos cubanos arriesgan la suya por preservar la del resto en los hospitales, cuidando y limpiando nuestras calles y ciudades, produciendo los alimentos y garantizándolos. Sosteniendo con su celo nuestro encierro hogareño.
 
En momentos tan delicados como estos la semántica de las palabras puede subvertirse: Aislamiento necesariamente no es soledad ni egoísmo ni misantropía, todo lo contrario. Y “juntamento” nada tiene que ver con solidaridad ni generosidad; más bien es alevoso egoísmo.
Cuidémosnos –y que las exigencias pesen más que los llamados y exhortaciones. Cuiémonos para poder festejar, abrazándonos y besándonos, ese limpio día en que le ganemos la batalla, y le tumbemos la corona a ese virus, hasta hacerlo abdicar.

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