Cada vez que ocurre un accidente del tránsito se desencadena el lógico pesar por la tragedia, salpicada invariablemente por el cuestionamiento del maltrecho estado de las carreteras.
Verdad es que las vías en condiciones irregulares resultan riesgosas, pero esa circunstancia debe ser afrontada por los conductores con un cuidado extremo; es decir, asumir a rajatabla la obediencia de las señales del tránsito.
Tampoco se puede llegar a la ligera conclusión de que las culpables de los accidentes resultan, únicamente, las vías. Nunca debemos olvidar que, incluso, unas resultan más peligrosas que otras, por ubicación geográfica, trazado y el volumen de tránsito, independientemente de su buen, regular o pésimo estado.
En realidad se comenten en el tráfico montones de desatinos temerarios, registrados en las estadísticas de tránsito, por desentender el control del vehículo, avanzar a exceso de velocidad, transgredir el derecho de vía y manejar después de haber ingerido bebidas alcohólicas.
Cualquier pasajero ha podido apreciar ese disparate bastante habitual de viajar en un transporte a más de 80 kilómetros por hora, mientras el chofer maneja con una sola mano y, para colmo, sin tener el timón agarrado firmemente.
Si en esas condiciones revienta una goma delantera, por el sorpresivo tirón que sobreviene, le será casi imposible controlar el vehículo y, consecuentemente, como suele suceder, viene el suceso que puede ser de mayor o menor magnitud.
Pero hay más. El que viaja frecuentemente quizá haya presenciado a un chofer tirar, de súbito, un corte para esquivar un bache o a un animal en vez de recurrir a los frenos antes de intentar la maniobra de esquiva. Es preferible enredarse con el bache si no hay tiempo para eludirlo.
El otro timonazo, asociado al descrito arriba, acontece después de que el carro va a parar fuera de la vía, y lo aplican para tratar de reincorporarlo a esta, sin reducir antes al máximo la velocidad. Obrar así deviene el origen de numerosos sucesos infaustos al volcarse el vehículo o chocar cuneta abajo con lo que encuentre.
Y qué decir de la habitual costumbre en los viajes de noche en que todos los pasajeros se duermen a pierna suelta y luego el chofer termina metiendo el pestañazo que se ha llevado a muchísimos del sueño a la muerte.
Tampoco se trata de viajar velando al que maneja, pero resulta aconsejable ir con los ojos bien abiertos, fijarse si muestra signos de cansancio y conversar de vez en cuando algunas palabras con él para comprobar que está espabilado.
Hay un detalle significativo: muchos de esos peligrosos desaguisados, más allá de las señales de advertencia, les ocurren a los conductores en las mismas vías que acostumbran a transitar, signo evidente del patinazo mental.
Sepan los suspicaces, digámoslo claro, clarito, que lo narrado tampoco está motivado por el propósito de justificar la inadecuada situación de determinadas carreteras, sino por el de llamar la atención, con los argumentos expuestos, de que todo, en última instancia, depende casi siempre del que empuña el timón.
Tampoco olvidar que la mayoría de los accidentes, fallas técnicas aparte, obedecen a quebrantamientos de disposiciones del tránsito y no los originan, por supuesto, las vías. Así de lógico, así de sencillo.