Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

1996

Autor:

Lisbeth Moya González

Imagine que se queda solo en medio del mar. Que sus amigos no pueden ayudarle. Que no tiene cómo sobrevivir más allá de su capacidad de bracear, de respirar a pesar del hundimiento. Imagine que alguien prohibió a los demás ayudarlo, estar de acuerdo con su manera de pensar. Que solo usted defiende lo que siente y el resto, con algunas excepciones, lo incrimina, lo mira nadando contra las corrientes y sigue de largo.

En 1996, el presidente de Estados Unidos de América, William Clinton, aprobó la Ley para la libertad y la solidaridad democrática cubana o Ley Helms- Burton, mecanismo que codificó el bloqueo económico contra Cuba. Bajo este precepto, los países que comerciaran con la Isla sufrirían negativas de créditos y apoyo financiero norteamericano. Mi generación nació con ese tipo de condicionantes sobre sus hombros, porque los que crearon esa ley olvidaron que Cuba no es solo un pedazo de tierra, sino gente, ciudadanos con sueños, personas de carne y hueso.

Si el socialismo cubano no solo sobrevivió a la caída de la URSS, sino que creció y se expandió entre la clase trabajadora mundial, fue producto de la resistencia de los cubanos. Una resistencia que se cimentó en 1959 y que cobró más fuerza cuando nos propusimos construir la sociedad comunista. Nuestro socialismo salió de los obreros y campesinos, y sobrevive gracias a ellos, sobrevive porque es endémico, autóctono, porque está sembrado en la espiritualidad de la nación.

La aplicación a partir del pasado 2 de mayo de la Ley Helms-Burton, ante tal determinación de un pueblo, no es más que un acto desesperado de Donald Trump, un presidente que llega al final de su mandato sin lograr ninguna de las grandes promesas de su campaña en cuanto a política exterior.

Trump no consiguió construir su muro segregador en la frontera mexicana, obtuvo pérdidas con su política de guerra económica contra China y, para colmo, con la implantación de esta ley anticubana agravará las ya deterioradas relaciones de Estados Unidos con la Unión Europea, pues ataca sus intereses financieros.

Con esta medida el Presidente norteamericano busca asegurar su relección ganando el voto del estado de Florida. Susurra en los oídos de la rancia derecha anticubana, lo que esta sueña escuchar y mueve sus piezas dentro de su territorio, olvidando sus compromisos de afuera. 

Yo nací en 1996, el año en el que quisieron dejar a Cuba totalmente sola. Sola en medio del mar Caribe, sobreviviendo. Aislada por ser coherente con la voz del obrero y del campesino. Pero Cuba aplacó el hundimiento con dignidad, para no ceder ante los caprichos del capitalismo mundial y venció, aunque no sola, sino gracias a la ayuda de países que, por encima de la amenaza norteamericana, decidieron continuar a su lado.

Conservo una libreta de entonces, en que se lee: «Este es un cuaderno del pueblo mexicano para los niños cubanos». También recuerdo a mi abuela contando cómo cocinar el arroz vietnamita. Allí estaba la ley pendiente, acechante, amenazando, pero cada 1ro. de Mayo nuestra tribuna se llenaba de banderas hermanas, coloridas, presentes, auxiliándonos de la fatiga, alentando nuestra empresa de vivir libres: sin injerencia, ni tiranía.

En esos momentos primó el ingenio de los cubanos, la solidaridad entre vecinos, la capacidad de sonreír en medio de los constantes apagones, de salir al portal y conversar hasta el cansancio, de preocuparse por las carencias ajenas y repartirlo todo para todos.

En esos momentos Cuba se buscó adentro lo que le negaron afuera. Nunca fuimos más cubanos que cuando no teníamos nada, y cada niño de mi generación tuvo su escuela, y cada enfermo fue atendido y estamos todos aquí: braceando contra la marea.

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