La revista Bohemia acaba de festejar 110 años de existencia. Se dice fácil, pero ¿imaginan qué cantidad de bobinas de papel, rollos fotográficos, tazas de café, estrés de cierre, neuronas colapsadas y una larga cadena de etcéteras se debieron emplear desde que su portada se mostró por primera vez aquel 10 de mayo de 1908? Imposible calcularlo.
Su dueño y fundador, Miguel Ángel Quevedo, la bautizó así, Bohemia, para que le recordara siempre su refinado gusto por la ópera. De ahí que tradujera al español Bohème, título de una pieza de Puccini, de quien era confeso admirador.
En las páginas de Bohemia debutó mi adicción por las publicaciones periódicas. Recuerdo que mi padre guardaba con celo de coleccionista cada número en una repisa sobre el lavadero. Más de una vez estuve a punto de romperme la crisma tratando de alcanzar uno de aquellos ejemplares de la etapa prerrevolucionaria marcados con el feroz hierro de las carcomas y las polillas, pero repletos de temas interesantes.
Por entonces solía leerme de una sentada las secciones de más renombre, como Firmamento de los deportes, a cargo del gran Eladio Secades. También devoraba con avidez, no exento de espanto Dentro del suceso, dos espeluznantes páginas de crónica roja sobre violencia y delitos pasionales. Y frivolidades seudoartísticas en La farándula pasa, con los dimes y diretes de las estrellas de moda, redactados por Don Galaor, seudónimo del periodista Germinal Barral.
Tal vez uno de los equipos de más prestigio profesional en Bohemia antes de 1959 fue el de los caricaturistas. Me gustaba, en especial, la sección Davidcatura, donde Juan David convertía en arte la caricatura personal. Prohías y su segmento de humor negro El hombre siniestro era otro de los buenos. Por su parte, quienes hacían caricatura política exponían en cada número su talento e imaginación. Lástima que algunos se convirtieran luego en políticos de caricatura.
Lo que me exasperaba de la Bohemia de entonces eran los llamados «pases». Siempre que topaba a pie de texto con un «continúa en la página tal», resultaba que esa, precisamente, era la única que la faltaba a mi revista. Me perdí así varios de los magníficos reportajes de Luis Rolando Cabrera; de las glosas de actualidad de la popular sección En Cuba, con sus sagaces reporteros Enrique de la Osa y Carlos Lechuga, y de las lúcidas opiniones de los polemistas de la época.
En Bohemia me convertí en fan de la sección Correspondencia, que escribía inicialmente Francisco Pita Rodríguez. El segmento era un reservorio de saber y de cultura general. Con sus materiales conformé mi primer «internet»: varias cajas de zapatos repletas de recortes clasificados por temas que todavía conservo, a pesar de tener acceso desde hace algunos años a la red de redes. ¡Ni se sabe cuántas veces me sacaron de apuros editoriales aquellos sueltos periodísticos!
Unas páginas después —leyendo Bohemia al derecho, no al revés, como lo hace mucha gente—, figuraba la sección En pocas palabras, a cargo de Mongo P. Allí me zampaba los Brochazos costumbristas (luego Pinceladas) del propio Mongo y las deliciosas misceláneas de Blanch y de Évora.
Luego me autoflagelaba con los dificilísimos crucigramas de Enrique Cantera, admiraba las sensuales líneas de las Criollitas de Wilson, iba a las curiosidades de cine de Rodolfo Santovenia y, por último, aprendía algo nuevo de la lengua materna con los Gazapos de José Zacarías Tallet.
Hace un tiempo regalé a un amigo un lote de bohemias viejas. Antes de entregar aquel tesoro me fui al balcón y lo revisé por última vez. Vi de nuevo las secciones ¡Arriba, corazones!, de Guido García Inclán; En Zafarrancho, de Mario Kuchilán Sol; Hechos y Comentarios, de Fulvio Fuentes... Y artículos de Jorge Mañach, de Carlos Rafael Rodríguez, de Paco Ichaso, de Cepero Bonilla, de Loló de la Torriente... Le dije a mi amigo: «Llévatelas antes de que me arrepienta». Y él, ni corto ni perezoso, se evaporó con el paquete.
En cuanto a mí, sigo del brazo con esta joven más que centenaria, la más antigua revista de Latinoamérica, recordando siempre lo que dijo de ella el historiador Jorge Quintana, al hablar de sus orígenes en ocasión de su aniversario 45: «... una revista que no solo sería orgullo de Cuba sino también un orgullo del continente americano».