Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Siameses y turbulencias

Autor:

Hugo Rius

A Séneca, en la corte de Nerón, se atribuyó el uso de la frase «haz lo que digo, pero no lo que yo hago», que al cabo de siglos de pronunciada ha sobrevivido hasta nuestros días como expresión elocuente de la hipocresía cínica, el engaño, el doble discurso y la doble moral.

Vale recurrir a ella para desmontar una contumaz prédica hegemónica del imperio del Norte, que solo identifica la democracia con la proliferación de partidos políticos, hasta el punto de pretender presentarlo como piedra angular de los derechos humanos.

Con este sibilino comportamiento, todas sus operaciones intervencionistas e injerencistas de gran potencia en el resto del mundo a lo largo del siglo XX y en lo que va del XXI han estado marcadas por la imposición de semejante apotegma para legitimar interferencias o condenar cuando tropieza con resistencia soberana.

Sin embargo, nada más lejos de cumplirse en la propia Unión Federal norteamericana, si lo que funciona allí consiste en una engrasada fórmula de bipartidismo siamés, es decir, dos partidos pactados y condenados a compartirse hasta la muerte, a partir de una única matriz política y una sola consanguinidad genética de intereses.

Nuestro agudo José Martí lo avizoró en artículo de 1881 dedicado a las convenciones de los partidos Demócrata y Republicano, inseparables hermanos siameses, más allá de las ruidosas pugnas electoralistas, apuntando el juego de corporaciones directoras y caudillos omnipotentes, similares en una y otra formación.

Ambos partidos, alternándose al frente de los resortes ejecutivos del país han actuado siempre como uno solo (lo que son en realidad) en las raigales y sustanciales directrices políticas, económicas y militares del sistema imperial.

Sin fisura alguna aplicaron la doctrina de las cañoneras en América Latina, desataron la guerra contra Vietnam, invadieron Afganistán e Irak, armaron golpes militares contra Gobiernos populares e impusieron un cruel bloqueo económico, comercial y financiero a Cuba, por mencionar apenas algunos de los capítulos más tenebrosos de un historial demasiado conocido.

Martí, que vivió «en el monstruo» y extrajo sus enseñanzas, concibió como organizador de la última gesta independentista la formación de un partido único, el Revolucionario Cubano, para reunir en un haz a todos los patriotas en pos de una causa suprema.

Si legítimamente el Partido Comunista de Cuba se proclama heredero de aquel legado martiano, con el abrumador consenso mayoritario de la población, no se debe solo al apoyo hacia la vanguardia de la Revolución, sino a que también permanece en la memoria histórica lo que significó el pluripartidismo en nuestra frustrada primera vida republicana.

Por la eficaz vía humorística, uno de los clásicos de los programas de televisión del género, San Nicolás del Peladero, durante años de notable audiencia, ofreció un fresco sobre repartos de poder y prebendas, succionando los presupuestos del Estado, o en otros turbios negocios, mediante inescrupulosas trampas y demagogias entre liberales y conservadores. La saga de ficción, inspirada en la realidad, forma parte de nuestros imaginarios populares.

Desde este caricaturesco y con frecuencia sangriento remedo del modelo demócrata-republicano, inducido tras la intervención norteamericana, la vida electoral y parlamentaria transcurrió por tales cauces, con la excepción de figuras políticas honestas, la entrada al Capitolio del primer partido marxista-leninista cubano y el brillante capítulo de la Constituyente que dio vida a la Carta Magna de 1940, en un escenario internacional favorecedor.

Y ahora, ¿qué nos ofrece el multipartidismo contemporáneo, a juzgar por la avalancha informativa de los medios? En su propio paradigma, Estados Unidos es todo un espectáculo mediático, en una millonaria campaña de insultos y trapos sucios, capaz de catapultar a las puertas de la Casa Blanca a un impredecible personaje como Donald Trump.

Entretanto, Brasil nos muestra la beligerancia de un Parlamento podrido con tantos casos de corrupción en las filas, «investido» para derribar sin ningún fundamento válido a una presidenta electa y retornar el país a las aguas enfangadas del neoliberalismo, arrebatando a las capas populares sus conquistas sociales.

Se trata de un claro servicio instrumental francamente golpista a los que abogan por «hacer lo que digo, pero no lo que hago», muy conveniente como parte de una arremetida restauradora neoliberal en América Latina contra Gobiernos progresistas.

Hastío deben experimentar los ciudadanos de muchos países ante lo que se asemeja a turbulentas «ollas de grillos», cuando los medios televisuales les transmiten tumultuosas peleas entre diputados que llegan a liarse a golpes, sin canalizar los verdaderos intereses de la población. Ya sea en Turquía, Japón, Ucrania, Italia o en España, la que lleva meses sin Gobierno y es obligada a nuevas y costosas elecciones, en circunstancias económicas poco propicias.

Algo tendrá que ver con las crecientes cifras de abstención que registran los procesos electorales pluripartidistas. Acaso decepción, cansancio y frustración ante tanta dilapidación de promesas, tiempo y recursos.

La democracia es tan vital como el agua, que se consume según las necesidades y preferencias de cada cual: congelada, tibia o hirviendo.

Nadie es dueño de la verdad, que tampoco es absoluta, como no puede haber pensamiento único ni sistema dominante. Pero la soberanía nacional es indivisible. Los cubanos, acorde con nuestra historia, tradición cultural y convicciones no han de ser proclives a la ficción del bipartidismo siamés y la olla de grillos de la atomización que facilita la dominación extranjera.

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