Como he escrito en otras ocasiones, para mí, todo comenzó como una cuestión de carácter moral. He afirmado, en varias oportunidades: “en esa historia se internó mi vida en los años cincuenta, a ella llegué por una línea de pensamiento y sentimiento que identifico con los recuerdos más remotos de la infancia: las ideas de justicia y redención social se encuentran, por tanto, en sus raíces más íntimas”. Esos valores y convicciones, llegaron a mí por un sentido ético, transmitido por la familia, la escuela y la tradición cultural cubana cuyo punto más alto y elaborado se halla en José Martí.
Los enormes obstáculos que Cuba encontró en su camino hacia un desarrollo libre de injerencias extranjeras, exigieron desde tiempos coloniales gran firmeza en la defensa de la soberanía y la independencia nacionales; recordemos que tres potencias de la época se disputaron intermitentemente la dominación de nuestro país.
La más dura realidad confirmó las angustias de Martí y los temores de Maceo por el país que hizo la revolución en 1895 y cuyo desarrollo fue desviado, su libertad limitada y su soberanía cercenada. La Enmienda Platt y la entrega de nuestras riquezas a la voracidad del capitalismo yanqui fueron el resultado de aquel infausto encuentro entre nuestro movimiento de liberación y el expansionismo imperialista estadounidense.
El carácter neocolonial de la naciente República hizo imposible —siquiera— el surgimiento de una burguesía portadora de cierto ideal nacional y en su lugar apareció un burgués improvisado y postizo como consecuencia de esa economía parasitaria, concebida sobre todo para la explotación de la nación.
Más o menos así, transcurrió la primera mitad del siglo XX cubano —con la solitaria y honrosa excepción de la también frustrada revolución del 33 y algunos destellos de la Constitución del 40— porque en esta primera mitad ocurrió el abandono total de los principios martianos, que debieron prevalecer en nuestro devenir histórico y fundamento como nación. Asimismo, la crisis moral y ética se profundizó hasta los extremos más deplorables, caracterizados por la generalizada corrupción política y administrativa y el saqueo de los fondos públicos.
Paradójicamente, fue el golpe de Estado militar del 10 de marzo de 1952 encabezado por Fulgencio Batista y sus secuaces, con su desmedida ambición de poder y riquezas, lo que creó las condiciones que condujeron —no sin agudas contradicciones, discrepancias y enfrentamientos con la vieja política tradicional de la época— al proceso revolucionario de lucha armada que culminó el 1ro. de enero de 1959 con la victoria del Ejército Rebelde. El asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes el 26 de Julio de 1953, como respuesta al cuartelazo traidor, constituyó el magno suceso que cambió la historia de Cuba, porque es el hecho de más profunda significación política e histórica en el país desde el golpe de Estado.
A partir de ese momento, todo fue diferente, porque el 26 de Julio de 1953 marcó un antes y un después en la vida cubana y desde entonces, la dirección del movimiento antibatistiano pasó a manos de Fidel, quien se convirtió en su figura más influyente y decisiva, la cual fue agigantándose en el decursar del tiempo.
Pude llegar a la conclusión de que en el 26 de Julio se expresaron la síntesis del pensamiento y el programa de José Martí con las realidades y exigencias de la sociedad cubana de esos momentos; por otra parte, respondió en su forma y estilo de realización a nuestra tradición revolucionaria.
En los años cincuenta existía un vacío ético en la superficie política de aquella sociedad y la acción insurreccional del 26 de Julio comenzó a producir gradualmente un ascenso moral y cultural de vasto alcance social en ese medio. El asalto a la segunda fortaleza militar del país significó la réplica necesaria y más inmediata al cuartelazo batistiano; el heroísmo y la audacia de los combatientes de aquellas acciones repercutieron decisivamente en la situación nacional, política y social, a partir de entonces, y a ellas se unieron la posterior aparición de La historia me absolverá y las denuncias de los crímenes cometidos contra los prisioneros indefensos.
En la génesis de la Revolución Cubana que en 1961 proclamó su carácter socialista, está el Moncada. Aunque la gesta iniciada no revelaba expresamente ese contenido, sí se hallaba de manera evidente en sus exigencias económicas, sociales y morales fusionando las mejores tradiciones éticas de la sociedad cubana con las más necesarias y urgentes medidas emancipadoras.
Esa línea de pensamiento y sentimiento para abrir caminos a la acción política fue tomada por la Generación del Centenario de la tradición política, literaria y moral que nos llegó de los padres precursores de la Patria cubana, desde el padre Jose Agustín Caballero, el presbítero Félix Varela, la pedagogía de José de la Luz y Caballero. José Martí les otorgó alcance universal cuando dijo «Con los pobres de la tierra/Quiero yo mi suerte echar» y, como autor intelectual del Moncada, le imprimió al 26 de Julio de 1953 el sentimiento ético, patriótico, el sentido heroico y las exigencias de la igualdad y justicia social que demandaba esta nación.
Ética y justicia social siguen siendo necesidades principales para Cuba, América y el mundo de hoy; fueron objetivos de las heroicas mujeres y hombres del Moncada encabezados por Fidel, por lo cual han recibido no solo la absolución sino el agradecimiento eterno de su pueblo y de la posteridad.