Macedonia ha sido escenario, desde hace varias semanas, de crecientes manifestaciones y protestas populares. Tal panorama lleva incorporado el prototipo «Maidán», con el cual fue derrocado el año pasado el presidente de Ucrania. Todo indica que estamos en presencia de un teatro de operaciones de «guerra no convencional». Pero, ¿qué podría ofrecerle esta pequeña nación balcánica a los grandes centros del poder?
Los emporios comunicativos poco o nada han mencionado sobre el tema, y es natural, ahora que la situación es evidente no les conviene informar. Solo esperan a que el clima se enturbie un poco más para comenzar a tergiversarlo todo y ganarse con ello el favor de la opinión pública mundial. ¿Les resulta familiar este tipo de guión?
Tal vez el intento de golpe de Estado no llegó a consumarse, y que incluso hoy el primer ministro macedonio, Nikola Gruevski y el opositor socialdemócrata Zoran Zaev hacen un intento serio por dialogar, pero el asunto trasciende todo esto. No importa si en Macedonia haya crisis económica, corrupción y escándalos de escuchas ilegales, o que esté retrasado el proyecto de incorporación a la Unión Europea, estos son solo excusas coyunturales útiles para desencadenar un proyecto mayor.
Quienes defienden la tesis de la desestabilización a fin de lograr un cambio de régimen lo fundamentan con que la cercanía del actual ejecutivo a Rusia va en contra del plan de aislacionismo fomentado por Washington contra esta. De ahí el paralelismo con lo ocurrido en Ucrania el año pasado.
Macedonia es el próximo paso en el recorrido del gaseoducto Turk Stream, el cual construye el consorcio ruso Gazprom para llevar el preciado combustible a Europa. Luego de que fracasara el proyecto del South Stream, por la negativa de Bulgaria, este es el nuevo intento por ampliar su mercado en el viejo continente. Gruevski ya dio el visto bueno, solo con la condición de que Moscú y Bruselas se pongan de acuerdo primero.
Por otra parte, están aquellos que consideran que los negocios energéticos no guardan relación con los sucesos en Skopie, la capital de Macedonia. Alegan que las primeras revueltas comenzaron casi un año antes, cuando aún no había perspectivas de construir el gaseoducto ruso.
Para entender el asunto debemos contextualizarlo un poco más y atender al propio discurso de los manifestantes. El nacionalismo albanés, con sus banderas y el sueño de la «Gran Albania» forman el móvil ideológico de quienes irrumpieron en las calles capitalinas. Los grupos armados que cruzaron la frontera, para perpetrar actos terroristas en la localidad de Kumanovo, no son más que grupos de nacionalistas albaneses deseosos de hacer realidad su viejo anhelo grannacional.
¿Podría estar Occidente detrás de todo esto? El método de entrenar terroristas y fuerzas armadas para introducirlas en cualquier país es uno de los recursos habituales del imperio. El caso es que Macedonia resulta hoy una ficha muy prometedora en el escenario balcánico. Sí, pese a no contar con grandes recursos económicos y ser un país muy pequeño, sin duda sus componentes étnicos pueden catalizar un aumento de las tensiones en toda la región.
Recordemos que el desmembramiento de la antigua República Socialista Federativa de Yugoslavia en los 90 y las sucesivas guerras de entonces contaron con la intromisión de la Casa Blanca y sus aliados. Incluso, el reconocimiento de la independencia de Kosovo hace poco fue respaldado por estos mismos.
EE.UU. necesita a una Europa inestable e insegura a largo plazo a fin de conservar sus intereses geoestratégicos. Ahora, cuando el cerco contra Rusia necesita de un empujón a los indecisos para hacerse totalmente efectivo, resulta el momento idóneo para reactivar escenarios que le posibilite a los norteamericanos actuar con mayor desenfado en la región.
En el camino hacia Rusia queda Serbia, su aliado tradicional, y la idea del desarrollo de una «Gran Albania» viene como anillo al dedo en este contexto. Así, la comunidad albanesa que vive en Macedonia, Serbia, Grecia y Kosovo reclamaría la fundación de un nuevo Estado, debilitando justamente al universo eslavo circundante.
Tengamos presente que según la teoría con la cual se fundamenta el nacionalismo albanés, ellos se consideran descendientes de los dárdanos, tribu que habitó la región mucho antes de la llegada de los eslavos (los serbios de hoy) e irrumpieran en sus territorios ancestrales.
Sin embargo, el problema de las nacionalidades destaparía la caja de Pandora y se produciría una nueva balcanización en el sur de Europa. Es lamentable que Bruselas no advierta el juego sucio de Washington y lo secunde en sus acciones, sin darse cuenta de que al final será ella la más perjudicada.
Claro, quedaría por ver también si esta «Gran Albania» no se transforme en una especie de Estado Islámico dentro de la misma Europa. Condiciones tiene para ello y es un punto de vista a priorizar en el seguimiento de este conflicto, aparentemente irrelevante en una Europa azotada por la crisis económica, el conflicto en Ucrania y las oleadas de inmigrantes llegadas a través del mar Mediterráneo.
Las manifestaciones de mayo en Skopie nos deben recordar que un frente de guerra no convencional puede abrirse en cualquier momento y lugar del planeta, pues los intereses de los grandes centros de poder trabajan de forma activa para estimular su gestación y constantemente evalúan las condiciones necesarias para llevar a término sus planes. Ellos quieren mantener su hegemonía y harán todo lo posible para lograrlo.