El día en que una de las pequeñas colmeneras (su nombre es parte del secreto) se acercó al oído de su amiga y le dijo: «No llores más, que yo te quiero», y se guardó para sí la verdad de que acababa de defenderla de los señalamientos de una de sus profesoras, echándose la culpa a sí misma, Tin supo que ya habían entendido la idea del bien martiano que tanto trataban de hacer suya.
La Compañía Infantil de Teatro La Colmenita aprendió del Apóstol el ritual de llegar y compartir el bien que han hecho en el día, cuando el Maestro escribió que niños y niñas debían juntarse y contar sus acciones bondadosas sin gritarlo al mundo, porque lo importante es el placer que se siente. Desde sus primeros aleteos lo entendieron.
Igual que la manía de vigilarse las narices para que no suban (metáfora del engreimiento que no puede dominarlos, porque apenas una maestra cómplice en las aulas avisa a La Colmena de que uno de sus integrantes anda con la nariz para arriba, se le dan vacaciones como castigo, para que se le pase y aprenda). Y hace ocho años que no hay que enviar a nadie de vacaciones, cuando era tan normal al inicio.
De ese y otros ritos secretos que contribuyen a la magia que nos regalan siempre estos hacedores de miel, Tin Cremata y otros colmeneros contaron en Catalejo, el habitual espacio de debate que se organiza en la Casa de la Prensa para que departan periodistas y personalidades de otras esferas de la sociedad cubana.
Y aunque la idea era conversar sobre la creación para y con los niños, Tin es un excelente comunicador que se desplaza por los caminos de la palabra movido por la pasión. Tin habla y sueña. Y sueña y habla. Y vuelve a soñar y no para de hablar. Y habla pero no detiene sus sueños. Conversa y edifica en el aire, con fecha de vencimiento para ayer, porque la vida es muy corta para quien quiere darlo todo y hacerlo todo y enseñarlo todo.
Entonces los próximos planes de los colmeneros se abalanzaron sobre nosotros, pero Tin no se olvidó de cuestiones que no pueden dejarse de hablar. Y contó a quienes debemos poner las verdades cerca, sobre el talento de los niños que hacen teatro en muchas provincias de Cuba.
«Cualquiera de estas compañías se presenta en un lugar y arrasa», comenta y describe cómo La Colmenita no tiene competencia cuando se para encima de un escenario del mundo. Lo mismo podría ser para estos otros grupos, dice. Están los de un poblado que se llama Piedrecita, que no tienen nombre aún, pero alma sí; las muchachitas santiagueras de Sangre Nueva y otros tantos que han impresionado cuando comparten escenario con los colmeneros.
Actuar es jugar con el máximo de pasión, defiende este maestro que agarra a sus abejitas del ala y sale por el mundo encargándose de que sean una familia que cree a partir del juego, «porque el día en que el arte no sea un juego ni dé placer, ya no vale vivirlo».
Y como parte de ese retozo constante (que requiere excelentes notas académicas) se han estrenado muchas obras por estos días. Versión de una niña mala y En mi país no cae nieve se unen a una proeza cargada de sabor diferente.
Pedro y el lobo, de Prokófiev, pieza infantil emblemática de la música sinfónica, será una gran presentación para el Día de la Cultura Cubana, el 20 de octubre, con el apoyo en el diseño de vestuario de grandes artistas de la plástica cubana. «¿Se imaginan una cabeza de lobo de Nelson Domínguez, una de Fabelo, otra de Choco, y otra de…?», sigue contagiando Tin. Y cuenta que también la harán en idioma ruso, y que la mezclarán con el Elpidio de Van Van, de Adalberto Álvarez, de Arsenio Rodríguez, de Matamoros. Todo para combinar ambas músicas en un espectáculo sinfónico.
«El teatro es el pretexto para contagiarnos de valores», confiesa Tin mientras explica que cada niño es maestro del otro, y que el desinterés infantil es lo que más enseña, al ver el modo en el que unos se entregan a los otros sin reparar en algo que no sea su amor por lo que hacen.
Un amor que se multiplica en colmenas por Cuba y el mundo. Solo en la capital existen 11 panalitos luchando por repartir su arte ante cualquier limitación material; aunque los niños abren cualquier puerta y «¡provocan cada sucesos!», comparte Tin.
Los periodistas reunidos, tratando de hallar los símbolos detrás de este símbolo que es La Colmenita, preguntan por la influencia del Che en ellos. Y Tin asiente, y agrega el humor de Camilo, el espíritu omnipresente del Apóstol y el misterio del joven Frank País. Y sueña y planea las obras que a ellos deben. Mientras, nos regalan un ensayo de Cenicienta y The Beatles. Y los colmeneros nos ofrecen canciones llenas de amor en un inglés perfecto, el que aprendieron todos a la vez. Porque el secreto de La Colmenita es soñar y hacer la realidad juntos.