¿Qué es «ser Cuba» en el complejo curso de un siglo que se nos afana en andar con prisa audaz? ¿Qué significa serlo cuando se escucha la algazara planetaria de la tecnología, y los caminos de la ciencia y los descubrimientos coexisten haciendo malabares con el tiempo, apocando las distancias, resumiendo lo físico a puro encanto de una tradición que para algunos peca de museable o añeja, mientras para otros sigue siendo lo mejor?
¿Cómo autodefinirnos con el nombre de un país que encarna el alma de una diversidad eminentísima, con algunos de cara a un mundo online, en conexión, aunque para no pocos todavía se hace difícil una cuenta común de correo electrónico, la palabra chat se torna bien comprometida, y Facebook y Twitter se vuelven fetiches de una cultura del intercambio en red a la que el acceso resulta bastante limitado?
¿Qué es «ser Cuba» en este via crucis cultural de la hora moderna, en que la inmediatez es reloj que nos apura y hasta nos depura algunos sentidos, en que el deslumbramiento por lo icónico cobra vitalidad desde esas convergencias que a veces aparentan no ser más que simple palabreo o alarde de actualidad?
¿Qué es «ser Cuba» cuando somos una población cada vez más envejecida, cuando los jóvenes de hoy, en su mayoría, somos los que nacimos y crecimos bajo las circunstancias de un período que ha cargado eufemísticamente el apellido de especial; cuando los rumbos de la economía han comenzado a ensancharse mientras se recomponen, ajustan y dinamizan muchas de sus estructuras; cuando lo cubano habita y se construye también entres redes, blogs y plataformas de contenidos digitales que han quebrado las barreras de lo físico, los horarios, las nocturnidades de la información?
Inquietémonos por más: ¿qué sería de Cuba hoy sin los campanazos de hace casi dos centurias, cuando un grito redentor proclamó una libertad que andaba esclavizada y no tenía por qué seguir siendo cimarrona y jíbara, no tenía por qué escurrirse en el abrevadero de lo colonial, y más tarde no tuvo tampoco por qué cambiar de idioma o de patrón?
¿Qué sería de esta Isla en su meridiano actual si no recordamos al Apóstol como faro luminoso, locuaz e inquietante en su invitación de levantarnos con esta tierra, y así levantarnos para todos los tiempos?
¿Se puede «ser Cuba» hoy sin necesitar una carga para matar bribones, como la del poema de Villena, sin las ideas de Mella y Guiteras; sin el ánimo justiciero de aquella Generación del Centenario que, como su líder, llevaba en el corazón las doctrinas del Maestro; sin el empuje del yate que trajo a bordo la entereza de la lucha armada?
Por eso Cuba se nos hace familiar, y no por ello menos compleja. Se nos hace amiga, cómplice, confidente, amante esperada y desesperada. Se nos vuelve parte de uno y la misma cosa. Nos enmaraña, nos enamora de a poco y de a mucho. Porque es esa mixtura que nos subvierte el temperamento, nos desborda todo tipo de orden hacia un orden de superioridad emocional.
Cuando ha transcurrido ya un año de que el sitio web Soy Cuba, perteneciente a esta Editora, surcó por vez primera los caminos del ciberespacio con un nombre que no es un simple nombre como muchos otros, sino una declaración de cabecera, congregación de generosidades e inquietudes, se nos antoja pagar, y seguir pagando al mejor precio de las pasiones, por esta romántica herejía.
Y no queremos que se haga justicia por lo hecho o dejado de hacer, ni se busca anclar la mirada en el retrovisor de 12 meses intensos, por momentos tensos. Estamos para seguir insuflándole alma a la intranquilidad, la expectativa, para apostar porque la irreverencia creativa no se ausente nunca; para que lo mucho que falta por hacer no deje de ser nuestra brújula mejor, antítesis obligada de la autocomplacencia.
Está un proyecto que no tiene por qué dejar de ser proyecto. Está la conquista, una conquista de caminos, inconforme, indetenible, pero de esencia humilde, sabiéndose perfectible, sabiéndose que puede ser mejor, consciente de sus carencias, de sus necesidades tecnológicas por resolver, de sus deudas con todo lo que huela a juventud, sin prejuicios, a todo lo que se alce en nombre de las mocedades campechanas y comprometidas.
Y está con ella la energía mayor, el arresto noble de un piquete de jóvenes, aprendices confesos de todo lo bueno, quienes por estos días de aniversario no han dejado de preguntarse para responderse, y preguntarse de nuevo y responderse, y seguir preguntándose sin cansancio, con todo el entusiasmo creíble de este mundo nuestro: ¿qué es «ser Cuba» entonces si somos nosotros mismos?
*Editor fundador de la plataforma web Soy Cuba