¿Habremos perdido la noción de la elegancia? ¿Estaremos migrando a una época en la que los cánones del buen vestir no son más que historia? Andar «pepillo», con «lo último» o «la moda», ¿será suficiente para pensar que se viste correctamente?
Estas fueron algunas de las interrogantes que pasaron por mi mente unos días atrás, mientras recorría los pasillos de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI) y percibía la gran pasarela que representa para no pocos jóvenes el período de discusión de su tesis.
Cuando de estudios se trata, junio se convierte en un mes cargado de emociones y preocupaciones: las pruebas finales, el cierre de las asignaturas, el cercano arribo a un nuevo grado y/o enseñanza y, por supuesto, el tan esperado ejercicio de culminación de carrera que —según el caso— puede ser una prueba estatal o la discusión de un Trabajo de Diploma al que todos cariñosamente llamamos tesis.
Cuanto más se acerca la fecha de discusión de esta, más insisten los nervios en hacer de las suyas. Es claro: estamos ante un instante único, que sabemos representa el clímax de nuestro transcurso por las enseñanzas y el momento en el que nuestros padres ven recompensado su enorme esfuerzo para con nosotros.
No obstante, pareciera cada vez más que estamos ante una gran obra de teatro en la que no solo debemos estar pendientes de la calidad del texto a interpretar, sino también de la escenografía, el maquillaje, el vestuario, la musicalización y toda la parafernalia que contribuye a montar una puesta en escena (para muchos futuros egresados, incluso, pensar en el menú del brindis y/o la ropa a lucir representa un desafío equiparable a vencer las exigencias académicas de rigor).
A pesar de la gran importancia que los jóvenes otorgan al «componente estilístico», se ha vuelto una costumbre sustituir la elegancia por «la moda», y es usual ver un desfile de zapatos y ropa caros pertenecientes a lo que consideran «el último grito». En esta categoría «reinan» los jeans de mezclilla, camisas con símbolos, carteles y cualquier otro referente de culturas ajenas, vestidos supercortos y en ocasiones muy descotados, y así todo aquello que sabemos se «usa», aunque para nada es sinónimo de gala.
Probablemente algunos piensen que esta periodista está algo alejada de la realidad, pues habla de vestir elegantemente y pasa por alto los precios de algunos accesorios, pero soy una persona como otra cualquiera y muy consciente de que acceder a ellos no es cuestión de solo chasquear los dedos. Por eso sería conveniente mirar en otra dirección y preguntarnos si patrones culturales importados mediante series, novelas y sobre todo el mercado, nos han sumido en un lento proceso de consumismo y falta de apreciación, cuyos matices no siempre percibimos de manera crítica. Se puede ser elegante en la sobriedad sin ser tan exigentes con el bolsillo.
Y si bien es cierto que alguna ropa de vestir tiene un precio elevado, es este mucho menor de lo que cuestan, juntos, un pitusa, un par de tenis o unos zapatos superextravagantes, una blusa con muchos brillos y colores, una cartera y el resto de los accesorios que conforman la tan cambiante moda.
Esta es indudablemente una cuestión para reflexionar, pues los ejemplos trascienden el caso de las discusiones de las tesis para visualizarse en restaurantes, teatros, bodas, fiestas de 15...
Incoherente sería pensar que para ir a una fiesta popular lo más apropiado es un largo vestido, unos zapatos de enormes tacones para la playa o un minishort para entrar a una función de ballet. Podrá parecer ilógico o menos probable que se den casos como estos, pero no pensemos que no ocurren. Quizá usted ha visto alguno que otro por ahí.
Bueno y sensato es abrir el paso a lo nuevo, mas hagámoslo sin olvidar que las nociones de lo adecuado para cada ocasión también son parte de la educación, y que lo caro no siempre es lo elegante.
*Periodista de la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI)