Tan solo un click y ¡Eureka!: abierta como tumba usurpada, como libro desparramado al viento, como vieja chismosa de barrio campechano.
No se necesitan tres horas de convencimiento para contar su secreto, ni jurar silencio comprometido, que al final solo se convierte en verdad gritada a degüello.
Ahí estaba aquella memoria flash como amiga indiscreta, revelando la esencia, el propio ser de su dueño; cual psicóloga antiética, a la que se le olvida a menudo la confidencialidad cliente-médico.
De ella emergen varias conclusiones: que a su poseedor le gusta el reguetón del momento, escudriña la intimidad femenina como un doctorado en Ciencias Médicas, le apasiona la música sacra y quiere mucho a su novia, a contar por el número de fotos que almacena en el dispositivo. Todo eso se supo con un simple pantallazo, y en tan solo cinco segundos.
Sin hacer preguntas se muestra, sin nada que exigir brinda un conjunto de documentos, fotos, archivos ansiosos por ser saboteados, plagiados, advertidos.
Cuánto más se puede conocer, cuánto contaría aquel artefacto diminuto y escandalosamente público y revelador. ¡Nadie imagina!
En la actualidad, memorias flash, discos duros, HDD player, mp4, mp5, móviles, cámaras, cualquier dispositivo de almacenamiento se presta, se intercambia, como si fuera el simple traspaso de tecnología. ¡Error!
No existe hoy mejor psicoanálisis que revisarles estos implementos digitales a cualquier allegado, compañero o simples conocidos. A veces resulta tan íntimo y confesionario bosquejarlos, como si se revisara un diario, una agenda personal, o similares: lo que no dices de ti mismo, tu memoria flash lo vocifera de la primera mirada.
Cuál es tu música preferida, quién es tu familia, cómo se compone, qué lees por estos días, en qué trabajas, qué audiovisual engulles, a quién le escribiste el último correo electrónico, cuáles son tus pasatiempos… tanto, todo está a un solo «golpe de máquina».
No hay secretos ultrajados, a menos que se guarden en una memoria flash. Lo que no quiera que se sepa de usted, no lo copie en ella. En la actualidad, con los múltiples programas de recuperación de datos, hasta los archivos ocultos o borrados no son tan difíciles de encontrar.
Y esto en el mejor de los casos, o al menos en los más conscientes, cuando sus dueños saben de la información reveladora que guardan en su flash, y se vuelven recelosos en sus préstamos. Existen los otros, «los inocentes», «los semianalfabetos digitales» que la ceden sin saber qué información tienen, o sin siquiera pensar que son como «mujeres de la mala vida», que se abren con el mejor postor.
Nadie valora el poder que tienen estos minúsculos y aparentemente inocentes enseres. Multiplican la información en miles y miles de bytes que se reproducen como termitas, sin que sepa su dueño qué destino toman.
¿Cuántos han copiado archivos que les han parecido «interesantes» de una memoria que le han prestado? ¿Cuántos no se han «instruido» de lo que no tenían por qué saber, cuando tienen en sus manos un dispositivo ajeno?
La promiscuidad digital de estos tiempos no permite muros ni tumbas cerradas en cuanto a archivos se trata, y el respeto a la privacidad foránea sucumbe con el trasiego de esas memorias. Escándalos públicos internacionales, bullicios maritales, revelaciones de alcoba y hasta dilemas laborales se han suscitado por brindar la información equivocada en la memoria equivocada.
Ser conscientes de sus beneficios y limitaciones revela precaución e inteligencia al emplear estos aparatos. Nunca se sabe lo que su memoria flash puede decir de usted.