Para ella, una vela nunca más será fuente de luz, ni una botella un oasis para calmar la sed. Tampoco el infierno podrá acomodarse a las imágenes descritas en la literatura de las diferentes lenguas. Ella tiene solo cinco años y sabe que el infierno puede durar 40 horas completas a manos de dos violadores.
Ya se recupera de las terribles heridas. Por la magnitud de las vejaciones requerirá otras intervenciones quirúrgicas. Quizá no llore como el día en que por fin sus padres la escucharon y la sacaron del sótano de su propio edificio, adonde la habían arrastrado su vecino de 22 años y un amigo de este, de 19. Pero ya no podrá olvidar.
Fueron dos días de repetidas incursiones en su cuerpo, incluidos los objetos ahora macabros, y en todo ese tiempo no le dieron ni agua ni comida, relata un reporte de EFE.
«Es la primera vez que veo esta brutalidad. Tenía heridas en varias partes. Y moretones en el cuello, los que podrían indicar que intentaron estrangularla», dijo a los medios el superintendente del hospital, citado por AFP.
Mientras la niña sana de las heridas del cuerpo, su país se estremece con la nueva historia de violencia y discriminación contra la mujer, y protesta ante la impunidad. Según la Oficina Nacional de Registro de Crímenes, cada 20 minutos una mujer es violada en la India y en solo uno de cada cuatro casos el agresor es condenado por ello, porque muchas veces las propias víctimas no lo denuncian.
Las cifras van en aumento. Un reporte publicado en marzo por el Centro para los Derechos Humanos de Asia documentó 48 338 violaciones a menores, ocurridas entre 2001 y 2011. Solo en ese último año se registraron más de 25 000 agresiones sexuales.
Con una arraigada cultura patriarcal, donde de manera general la mujer es vista como una mercancía que únicamente sirve para ser esposa y dar hijos; en medio de una disparidad de sexos en la que los hombres superan en 15 millones a las féminas y el 80 por ciento de los matrimonios son concertados por la familia, el problema alcanza dimensiones dantescas.
Pero, algo cambió en la India desde que en diciembre último saliera a la luz pública el caso de Jyoti Singh Pandey, una joven de 23 años, estudiante de Fisioterapia, brutalmente violada en un autobús por cinco hombres y un menor, vejada y golpeada con una barra de hierro que le destrozó el interior. La muchacha apenas sobrevivió unas semanas, pero la sociedad se movilizó e inició un debate que, con el nuevo incidente, ha vuelto a tomar las calles.
En marzo fue aprobada por el Parlamento indio una ley para endurecer las penas contra agresores sexuales; sin embargo, las denuncias siguen.
El propio canciller de la India, Salman Khurshid, ha dicho, preocupado: «Algo terrible ocurre en nuestra sociedad. Hay que analizarlo, hay que estudiarlo, hay que exponerlo (...) Debemos ser sensibles a la cólera de la población», dijo en declaraciones a la cadena MDTV.
Para Rubén Campos, experto en el Sudeste Asiático y profesor de la Universidad Complutense de Madrid, consultado por el diario online Estrella Digital, la historia de Jyoti alcanzó dimensiones políticas sociales y mediáticas, porque «ella formaba parte de la nueva clase media urbana, una clase con acceso a una educación universitaria, una situación más acomodada que la del ámbito rural», explicó.
Solo una minoría de las mujeres viven siendo respetadas; pocas, comparadas con la población total, tienen acceso a la educación y ocupan cargos públicos. Sin embargo, ellas marcan un ejemplo para otras, aunque todavía predomina la resignación. No pocos especialistas reconocen que aún los hombres indios no han interiorizado los cambios entre la India tradicional y la emergente, pero el proceso parece irreversible, aunque tardará en sedimentarse.
Los más recientes agresores fueron detenidos. Los juzgarán. Cierto. Pero, para la pequeña de cinco años, una vela y una botella no serán nunca más lo que para otros. Habrá que trabajar allí, porque otras vean la luz y beban sin temor a cerrar los ojos y tener que revivir el horror de haber conocido el infierno.