Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Un poco de historia

Autor:

Juan Morales Agüero

Muchos compatriotas parecen creer aún que la secular epopeya cubana por conquistar primero y consolidar después la definitiva independencia se limita a un dibujo animado de Elpidio Valdés. «¡Al macheteeee…!», convoca desde el lomo de Palmiche el carismático insurrecto de la pantalla. Así, apenas cinematográfica, se cuenta a veces nuestra historia.

En realidad, los niveles de desinformación acerca del pasado y el presente de la Isla indómita resultan en ocasiones poco menos que aterradores. Concitan a preguntar: ¿Acaso los maestros y profesores no les dedican a esos temas la meticulosidad docente necesaria? ¿O será que la motivación por conocer de tan medulares asuntos se ha relegado —con o sin intención— en beneficio de materias más contemporáneas y simpáticas, como la computación? Valdría la pena interesarse por esto.

Tengo a mano un ilustrativo ejemplo. La hija de un colega goza de merecida fama de «filtro» en cuestiones de Informática. También se ha granjeado popularidad por hablar con fluidez la lengua de Shakespeare. Sin embargo —¡ay!— se enreda cuando le piden explicar las circunstancias en que el mayor general Vicente García incendió Las Tunas comenzando por su propia casa, y no acierta a decir el nombre de la legislación que le entregó al campesino cubano la propiedad de la tierra.

Decepciona lo que ocurre con esta muchacha, graduada con Título de Oro en una exigente facultad universitaria. Maneja con soltura el teclado y domina varios programas informáticos, pero es incapaz de dar un clic en la carpeta de nuestras memorias. Se sabe la letra en inglés de las principales canciones del hit parade internacional, pero no puede cantar en español una oda a su propia historia. Conoce la casa ajena y anda medio a ciegas en la suya. ¡Vaya paradoja en su formación! Así es imposible establecer de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Recuerdo que hace varios años Fidel abordó el tema en una reunión juvenil. Decía entonces que no debía admitirse que se gradúe alguien que no conozca la historia de Cuba, y quizá algunos de quienes imparten la especialidad no hayan captado aún la sugerencia. Porque, ¿cómo entender que egrese de una enseñanza un mediocre en esa medular materia?

Conocer la historia patria no es cuestión de recitar de carretilla los nombres de las tres carabelas de Cristóbal Colón. Ni de describir con pelos y señales el sitio preciso por donde desembarcó el yate Granma. Es tener posesión de lo que nos define como nacionalidad y saber qué ideas y qué hombres la hicieron posible. Significa razonar más que memorizar. Es conocer, además, la historia local, la biografía de sus héroes y mártires, los principales combates escenificados en su territorio, el camino por delante…

Con nuestro verde caimán fracasa aquello de que una nación sin historia es como un árbol sin raíz, porque la suya está asida a páginas de heroísmo y ética no solo en el campo de batalla, sino también en el de las ideas. Ignorar ese legado —tanto por negligencia como por torpeza— le hace un flaco favor al ignorante. Aunque exhiba con orgullo en un sitio bien visible de su hogar un título universitario.

Herodoto, el llamado Padre de la Historia, legó a la posteridad una afirmación con visos de profecía: «No llegará lejos quien no sepa lo cercano», dijo. La alusión es obvia y viene al caso. Deviene suerte de recordatorio de que en nuestro currículo tenemos todavía una asignatura pendiente.

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