Los recuerdos acuden en ráfagas, unas veces más nítidos que otras, pero continúan regresando a pesar de los años. Dicen que grité con todas mis fuerzas para conseguir la piedad de mi madre, pero las lágrimas y la cara roja no lograron que me sacaran de aquel lugar al que veía como el castigo más grande del mundo.
El círculo infantil apareció ante mis ojos como un escarmiento. Supongo que me preguntaba, una y otra vez, si me había portado tan mal como para merecer que mi mamá me dejara en un lugar donde no quería estar. Pero las respuestas, a esa edad, no son lógicas. Entonces, por varios días, solo recordaba a mi madre alejándose y yo detrás de unas rejillas, llorando, sin poder hacer nada para escaparme.
No recuerdo con exactitud cómo dejé de alterarme al extremo cuando me dejaban sola con unas educadoras que no conocía, y cómo cambió de color aquel sitio que dejé de entender como una terrible condena. De repente me encantaba el círculo, y que mi mamá me dejara lo más temprano posible, y que se fuera. ¡Loca mente la de los niños!
Aquel lugar se tornó entonces un refugio de la diversión donde podía estar eternamente sin preocuparme de otra cosa que no fuera jugar, comer y dormir. A mi mejor amiga la conocí en el círculo, amiga que ya tendrá un bebé (fíjese si ha pasado el tiempo) que de seguro aprenderá cosas increíbles en otro círculo con otros amigos; y descubrí que un lunar se puede sacar del cuerpo con una rama de un árbol, o al menos eso hizo un compañero de aula que a la edad de tres años afirmaba que sí, que se podían extirpar esas manchas del cuerpo.
En el círculo aprendí que los niños dan los empujones más fuertes del universo, y que uno puede regresar a casa con mil y un rasguños y sin que ninguno le duela en absoluto. Aprendí que la pena se adquiere con el paso del tiempo, porque a esa edad lo mismo aparecía disfrazada de burrita con unas orejas de tela enormes, o con la barriga afuera batuta en mano moviendo la cintura, en la tabla frente a todos los padres.
Estuve ansiosa por vestirme con uniforme y colocarme una pañoleta y avanzar en el tiempo, pero no imaginaba cuánto extrañaría esos años. Por suerte quedan los recuerdos; tengo en casa unas cuantas fotos en blanco y negro, y una de la «graduación» bajando las escaleras con dos jovencitos, como tradicionalmente acostumbraban a hacer.
El círculo es la magia misma cosida en todos los niños.