El diccionario de la Real Academia Española especifica que especial, como adjetivo, es lo singular o particular que se diferencia de lo común o general. Para los cubanos este término tiene además una connotación que en ningún caso nos lleva a lo malo; lo especial, para nosotros, siempre es lo mejor.
En el lenguaje periodístico uno de los pecados capitales es el uso excesivo de los adjetivos, aunque parecería una locura exigirle tal norma a un colega en un país donde las personas lo califican y cualifican todo.
Ahora que la sociedad cubana se transforma buscando optimizar sus procesos, resulta una contradicción el empleo de lo especial para calificar cualquier cosa.
Es así como tenemos enviados especiales, grupos especiales de trabajo, dietas especiales, tratamientos especiales, situaciones especiales, comisiones especiales, resultados especiales, reconocimientos especiales, pan especial, programas televisivos especiales, horarios especiales, recomendaciones especiales, ediciones especiales, etc…
Si cansa la lectura, imagine cómo sería percatarse de que de tantas cosas especiales que tenemos, en ocasiones no sabemos cuáles lo son realmente.
Dos consecuencias se desprenden a simple vista del uso y abuso del término. En primer lugar, de tanto repetirse la palabra, se relativiza su significado y pierde su real contenido. En segundo: con la sobrestimación de un determinado objeto, situación o servicio, calificado como tal, no sería ilógico que las personas exigieran lo mejor porque se les promete estar frente a algo realmente especial.
La solución no vendrá mediante una campaña para eliminar el apellido especial a todo lo que ya lo tiene puesto; el asunto va más allá. Se trata de ser precisos en el lenguaje y, por extensión, en todas las esferas de la vida.
Resulta muy chocante —por ejemplo— que en la producción o los servicios alguien emplee el calificativo con la intención de obrar prodigios y aparentar logros inexistentes, cuando la única fuente de milagros es trabajar con propósitos claros y de un modo más organizado, implicando, haciendo que los trabajadores participen, ofrezcan ideas y crezca su retribución en tanto aporten con mayor calidad. ¿Podrán otros remedios que no sean la laboriosidad, el ingenio y el sentirse dueños elevar las realizaciones a la categoría de especial? ¿Bastará con que califiquemos por acá y por allá —aunque sea con la mejor de las intenciones— para solucionar los dilemas del restaurante remozado donde continúan sin ofrecer un trato amable; de la entidad que vende un equipo y luego no brinda servicio de posventa; o del calzado que adquiriste y se rompió unos días después, mientras tuerce tu alegría la respuesta de la tienda de que no habrá compensación?
Optimizar el uso de las palabras, ponerlas en su justo lugar será un paso importante para evitar pifias, no prodigar injustas vanaglorias y quién sabe si para comunicarnos mejor. Eso sería muy especial.