Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Conflictivamente hablando de «sinflictivos»

Autor:

José Alejandro Rodríguez

Gracias al estimado colega Heriberto Cardoso, que abrió la brecha para tratar asuntos tan controversiales como arraigados en nuestra sociedad, con su comentario «¿Conflictivos o sinflictivos?», publicado aquí el 13 de julio último.

Pero, a diferencia del respetado catedrático santiaguero, no enfoco el dilema como asunto solo de preferencia o tendencia personal, sino que trato de explicarme la antinomia por sus condicionantes sociales en el entorno cubano.

Nunca se sabrá a ciencia cierta la autoría del ingenioso término; pero de seguro que arrastró el cartelito de «conflictivo» quien caracterizó de «sinflictivo» a ese personaje oblicuo, con tanta habilidad y cautela para eludir las posturas y la toma de partido ante los problemas internos del país, o de su colectivo.

Así, la connotación de «sinflictivo» nació, por contraposición, ante la ligereza con que, muchas veces, en nuestra sociedad, se ha abusado del calificativo de conflictivo para etiquetar a personas combativas y con criterio que no siempre tienen la razón, pero sí la honestidad de decir lo que piensan.

Confundiendo la necesaria unidad del pueblo en torno a la Revolución con la unanimidad por decreto, los partidarios de la uniformidad han hecho daño. No hay estructura ni organización que se haya librado del resquemor al «conflictivismo».

El excesivo verticalismo y la acendrada centralización de la vida económica, política y social durante tantos años de Revolución, crearon el caldo de cultivo para esa nefasta administración del pensamiento, que desdice del carácter ecuménico de una Revolución verdaderamente popular e integradora como la nuestra.

Bajo la pegatina de «conflictivo» a quien discrepa y expone sus criterios, aun cuando vaya contra la corriente, sobran las anécdotas y experiencias personales de cómo se ha esquinado el debate y el criterio que hoy, con un grado de madurez política superior, la sociedad cubana esgrime y defiende con sumo respeto, como lo mostró el debate popular de Lineamientos que implican cambios raigales en el país.

Cada vez que la satanización de la discrepancia ha alejado a un  revolucionario y lo ha dejado solo, es la Revolución la que ha perdido, y hay que preguntarse si no es más inteligente llegar a la verdad entre todos, con el ejercicio honesto y constructivo de la opinión, y no con la imposición rasante de un solo pensamiento.

Viendo conflictivos donde hay valentía y eticidad, alimentamos el oportunismo y la simulación de los farsantes que, a su vez, marcan de «conflictivos» a los combativos y les ponen zancadillas para así ascender en el caldo de la complacencia: ocultando y obviando los problemas que afectan al colectivo o al país.

No menos pernicioso ha sido el criterio reduccionista con que, en ocasiones, se ha promovido al ladino «sinflictivo» superficialmente, bajo un cuestionable concepto de confiabilidad política. Y luego la vida lo ha puesto en su lugar, pero después de hacer y deshacer. Y de mostrar su verdadera entraña. Porque lealtad no es obediencia ciega ni sinuosa adecuación; sino intransigencia con el mal, luz de alerta.

No siempre cree y siente el que todo lo aplaude, y elude los conflictos cómodamente. Y muchas veces quien critica lo hace por amor y sentido de pertenencia. Saber detectar el verdadero del falso, el entregado del aprovechado, esa es todavía una cuenta pendiente con la propia Revolución.

Mas para ello, mi estimado Cardoso, urge ampliar los mecanismos y canales para que se ensanche nuestra democracia socialista. Abrir cada vez más posibilidades para que las decisiones, el gobierno de los asuntos, el control y los necesarios equilibrios de fuerzas pasen por todos. Que el debate y la discrepancia, ejercidos con responsabilidad y compromiso, sean el estilo cotidiano de fundar. De sumar y multiplicar, no de restar y dividir.

Al final, ¿quién ocasiona más conflictos en su ceguera o premeditada elusión, que un jabonoso «sinflictivo» con poder?

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