El hombre piensa como vive. Pero la importante concepción filosófica a veces transmite un determinismo no acorde con mi forma de ver el mundo.
Si el hombre, como ser social, no es capaz de definir su vida sobre una coherente línea de pensamiento, entonces ¿qué será? ¿Acaso un camaleón de ideas capaces de cambiar ante el nuevo color de moda?
Sí creo que la crianza y enseñanzas recibidas desde el inicio de nuestras vidas determinan el desenvolvimiento social futuro, y por eso insisto tanto en la necesidad de una comunicación constante con los más jóvenes, quienes creen tener el mundo a sus pies y no entienden que aún caminan por los pies del mundo.
Hace poco tiempo —si tomamos en cuenta la afirmación de que 20 años no es nada—, fui adolescente y sufrí conflictos existenciales. A veces los problemas menores se aparecían ante mí como si de un conflicto global se tratase, y mi seguridad ante un tema determinado se evaporaba como agua a cien grados Celsius de temperatura.
El diálogo y los consejos de familiares y amigos, así como la poca experiencia que acumulé, pudieron aclararme el camino a seguir en esas situaciones. Cometí errores —perdón, aún los cometo—, pero si la mayoría de las situaciones adversas tuvieron un afortunado desenlace se debió en gran medida a la ayuda recibida.
Por eso creo que es muy importante la comunicación en cualquier etapa de la vida, pero sobre todo es vital en los años de la mocedad. Y si la escuela debe desempeñar un papel en este proceso, es la familia la máxima responsable del mismo.
Desentenderse de los más jóvenes porque creemos que son capaces de enfrentar solos el mundo que les rodea, es siempre una forma de lanzarlos a abismos cuyos fondos, tristemente, ya tocaron de modo irreparable cuando decidimos preocuparnos.
Satisfacer gustos, insaciables en esas edades, solo por hacerlos encajar en grupos, es ceder desde nuestra posición de educadores a la presión de terceros.
Temer expresar nuestra preocupación por algo, y aún peor, temer escucharles las suyas, es una barrera infranqueable con un alto costo moral y personal a corto plazo.
Conozco que en el mundo actual la rapidez es necesaria no solo para la difusión de noticias, sino que es conditio sine qua non para el éxito de la vida. Pero esas agitaciones no deben impedirnos tomar el tiempo necesario para ayudar a comprender a los que aún desconocen realidades de la vida.
A veces es mejor perder un poco de dinero, dejar de lavar la ropa o saltarse el capítulo de la telenovela de turno para sentarnos a escuchar a nuestros hijos, sobrinos, o al joven vecino que hemos visto crecer y queremos como a la propia sangre.
El tiempo que consumiremos en esas tareas estará siempre mejor empleado si ponemos la oreja junto a quien comienza a abrirse paso en la vida, ese que cada vez que miramos es orgullo de nuestra existencia. Así seríamos más consecuentes con nosotros mismos.