Más que por puntual ejercicio de programa docente, por imperiosa necesidad del espíritu correspondió el momento de compartir con estudiantes de Comunicación Social la reflexión en torno al deber, uno de los hilos conductores de la ética martiana, la que ha de atravesar todo el proceso educativo desde la más tierna infancia, y la vida ciudadana misma, permeando sus innumerables espacios y rescoldos.
Tanto es así que, todavía y tal vez por mucho tiempo más, convendrá regresar a ese lúcido ensayo de Cintio Vitier, que trajo a Martí En la hora actual de Cuba en aquella mitad de la década de encrucijada de los 90, y replanteó cauces para una formación martiana «sin redichos huecos y repetitivos», que encare el fantasma del anexionismo, por entonces reciclado y envuelto en atributos de sirena cantarina de un presunto «fin de la historia», al que mucho antes y con visión salvadora de futuro, Martí opuso la independencia como proyecto vital de los cubanos.
Solo así, apropiándonos de las esencias de su pensamiento vivo, tal como dejó entrever el notable ensayista, podríamos y podemos aún diferenciar el árbol raquítico del bosque frondoso, lo circunstancial de lo perdurable en proyección, el destino de la Nación.
A lo largo de la historia no pocos pensadores paradigmáticos, cada cual en su época concreta, pusieron en sitio prominente al deber como actitud ética fundamental. Aristóteles concibió su cumplimiento sin falta aunque no fuese placentero, y Enmanuel Kant, el representante por excelencia de la filosofía alemana, lo conceptualizó de acto moral, ajeno por completo a toda expectativa de recompensa, interés y segundas intenciones.
De esas reveladoras fuentes tiene que haberse nutrido el joven Martí, para quien «solo en el cumplimiento triste y áspero del deber está la verdadera gloria», y para quien por mucho que sea el beneficio ajeno, «si va con él alguna esperanza de bien propio, por legítimo que parezca, o sea, ya se empaña y pierde fuerza moral», se deshacen sus sentidos de entrega, servicio y sacrificio.
Con bastante probabilidad, ese sustantivo clave para descifrar las motivaciones de su existencia sea de los que más ha surcado la totalidad de su legado escrito: las iluminadoras cartas, en especial las dirigidas a Doña Leonor Pérez; la juvenil dramaturgia de Abdala, el vasto poemario, la portentosa obra periodística, los apuntes del diario que llevó hasta las horas previas de ofrendar la vida por un deber sagrado.
Algunos fragmentos han permanecido a modo de aforismos corrientes, como aquellos de que «el deber de un hombre está allí donde es más útil» o que «el hombre verdadero no mira de qué lado se vive mejor, sino de qué lado está el deber». Pero con indeseable frecuencia han sido olvidados o repetidos sin una consecuencia en el comportamiento social, como si no tuvieran nada que ver con nuestra realidad ni con el espacio de desempeño de todo aquel que se proclame martiano, incluyendo a quienes mucho hayan leído los textos correspondientes.
Peor aún será dejarse arrastrar por la insensibilidad invasora, devoradora de los valores espirituales de la ética martiana, que tanto culto rinde al deber. A Martí lo necesitamos en todo momento. Martí siempre nos salva.