Todo está fríamente calculado. La apuesta de Washington por expandir su presencia en el continente asiático ubica entre sus prioridades las estrechas relaciones con Australia. El nuevo paso en ese sentido dejó claro el rumbo y, sospechosamente, desde el secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, hasta Kevin Rudd, ministro de Exteriores de la isla continente, insistieron en que no se trataba de medidas para «contener» el avance de la República Popular China.
Lo cierto es que, a principios de semana, Australia y EE.UU. firmaron un acuerdo militar para incrementar la presencia de este último en la región de Asia-Pacífico y ampliar el uso de sus bases militares en territorio australiano. Acudieron a la rúbrica el propio Gates y la secretaria de Estado, Hillary Clinton, luego de las consultas ministeriales anuales entre ambos países (AUSMIN), que tuvieron lugar en Melbourne y que cumplieron 25 años este 2010.
En medio de lo que se considera un paso más para asegurar y demostrar fortalezas, a pesar de la lejanía geográfica y precisamente por ella, la Clinton reconoció la labor del actual Canciller, quien fue Primer Ministro hasta junio, y cuyos aportes han sido vitales para la estrategia de EE.UU. en la región.
«Nuestro trabajo para reforzar la arquitectura regional se debe, en realidad y en gran medida, al asesoramiento que hemos recibido de Kevin (Rudd) en los últimos 20 meses», expresó la jefa de la diplomacia estadounidense, citada por EFE. Al parecer, los dirigentes de ese país no pueden evitar vanagloriarse de profesiones que no han estudiado y que, además, intentan practicar fuera de su territorio…
A pesar de la crisis interna, del convulso contexto internacional, EE.UU., fiel a su naturaleza imperial, no ceja en su esfuerzo por mantener su dominio —o imponerlo, que para eso están Iraq, Afganistán y los subrepticios golpes de Estado en América Latina—, aunque ciertamente ahora le resulte mucho más difícil.
Reforzar alianzas deviene herramienta esencial —tampoco tiene muchas más opciones—, y suelen ser más efectivas y expeditas, apoyadas en incertidumbres y antiguos odios regionales. No es casualidad que Corea del Sur, Japón y Australia sean los pilares de la presencia estadounidense en una zona del planeta de vital importancia en su diseño geoestratégico. Además continúan arrendando, comprando y reforzando sus bases militares a lo largo y ancho del globo.
Algunas fuentes aseguran que EE.UU. poseía en 2004 más de 750 bases, repartidas en 130 países y en todos los continentes. Según Antiwar, en 2010 suman alrededor de 900. Aun así, expandir su presencia no es tarea fácil, más allá del propósito velado expresado por Robert Gates, incluso contemplando la fuerza, lo cual ya sabemos es un gran negocio.
A Washington le sobran detractores, máxime después de los ocho años en la presidencia de W. Bush, así que mantener a sus aliados se convierte en un acto de malabarismo político y en un asunto de seguridad nacional para que otros continúen velando por sus intereses y, además, les dejen hacer.
Gates, quizá con la intención de hacer creer que no hay nada tras bambalinas en el acuerdo militar con Australia, expresó que, en efecto, EE.UU está «buscando vías para fortalecer y tal vez hacer más robusta nuestra presencia en Asia». Pero claro, a estas alturas nadie se cree que la cantidad de uniformados de EE.UU. destacados tan lejos de casa, y su lucha por mantenerlos a toda costa, se trate solo de simulacros militares de vez en cuando, de flotas desplegadas para «por si acaso»…
Evidentemente, ese reforzamiento está muy ligado también a que justo en la región se levanta el país que, a fuerza de su intenso trabajo en todos los órdenes, ha ganado un gran prestigio a nivel internacional. La emergencia de China como nación y como actor de peso en el concierto de las naciones les preocupa, y sin duda les pesa discutir de a iguales con ese país los temas más urgentes del planeta.
A pesar de sospechosas declaraciones, prueba de una actitud que nuestras abuelas calificarían como «poner el parche antes que salga el grano», creerles sería quedarse como un niño escuchando el cuento de La buena pipa. Aunque todo esté fríamente calculado, ya somos grandes.
Deberían saberlo.