Dicho con honradez y buena intención, la escasez de cosas materiales, incluso de las no básicas, solo puede en última instancia explicar totalmente el deterioro de ciertos valores en la sociedad cubana. Las causas son diversas. Fijémonos en que la educación ha podido distorsionarse quizá por haber insistido en la instrucción y no tanto en la educación cívica, que debe preparar la conciencia de los educandos para saber convivir, esto es, respetar el derecho como relación solidaria en la patria común.
Que nadie se asuste, o se afile el diente: no pretendo insultar, ni reducir la obra educacional de la Revolución. Ni siquiera ajustar cuentas con un pasado inmediato, cuya cauda lleva más gloria que descrédito. Puesto en los extremos, tal proceder iría contra mí mismo y contra mis allegados, pues somos resultado de la educación revolucionaria. Más bien ahora, cuando está por tocar el timbre del nuevo curso escolar, parece oportuno convertir el hecho en tema de comentario, aunque nos movamos con cuidado, como para no ser injusto en ningún sentido, ni prodigando alabanzas. Porque el exceso de tambor batiente como técnica de evaluación y de comunicación suena a propaganda, por lo común distanciada de las imperfecciones y omisiones.
Lo he dicho desde el primer párrafo: a mi modo de ver, la educación cívica sobre todo ha sufrido con los vacíos del período especial. Pero una pregunta se hace pertinente: ¿En verdad nuestra escuela convirtió la socialización de valores cívicos, patrióticos, urbanos en una asignatura capaz de moldear las conciencias de los educandos? Claro, las circunstancias materiales influyen en la conducta humana. Pero absolutizarlas equivaldría a desconocer la acción probable de la subjetividad. Y la educación, vista como un sistema dispuesto para formar el intelecto junto con la conciencia moral, consiste también en enseñar a adecuar la subjetividad a las circunstancias.
Ya es demasiado tarde, oigo decir a mi lado. ¿Y tendrán razón las voces descreídas o vacilantes? No creo. Todo podría estar perdido solo cuando desparezca el espacio para salvar o mejorar. O la dialéctica sea definitivamente sustituida por la autocomplacencia. A la dialéctica apelo, pues, en esta nota, sin propósitos de escribir un manual de normativas. ¿No lo vemos? La actualización de nuestra sociedad se propone extinguir la posibilidad de un futuro de desvíos y perversiones, y por tanto a la educación le corresponde proseguir resanando o evitando las insuficiencias en su misión.
Este comentarista, sin ser algo más que un ciudadano inquieto en doble turno, sugiere que la educación ha de continuar pasando ciertamente de la consigna o del precepto despersonalizado y de la explicación académica de la Historia, a una fase en que los valores y los conocimientos históricos habrán de fijarse de modo que los alumnos se enfrenten a sus propios actos. Por ejemplo, hemos leído que para este curso se han reparado numerosas escuelas. Y al saberlo percibo que las edificaciones escolares en Cuba son las que más se reparan. ¿Y es bueno? Sí, desde el punto de vista de la preocupación ministerial por rescatarlas.
Tal vez, sin embargo, se reparen con tanta frecuencia por deteriorarse también con rapidez. Y ello acaso ocurra porque ciertos alumnos, que como uno observa suelen estropear también el edificio donde habitan, estimen que la escuela tiene tan poco significado que no hay razones para cuidarla. Por otra parte, ¿sienten también directivos y profesores el deber de exigir la conservación? Este, me parece, se brinda como un espacio donde los escolares y sus mentores podrán traducir a conducta los principios de la ética, de la historia patria, del socialismo.
Reparemos, además, que existen valores cuya violación ha de costar. Por haber quizá descuidado el rigor ante la responsabilidad individual de los ciudadanos en lo que aparenta ser menos grave, uno pulsa un sentimiento de impunidad parasitario pegado en la conciencia de muchos de nosotros. Ah, recuerdo que en mi niñez, los padres del que rompía un bien escolar por indisciplina o desidia sufragaban el daño, en una relación elemental entre acción y responsabilidad. Así, en la propia preservación del inmueble, radica el primer laboratorio de la educación cívica en las escuelas. Y aunque se me quedan por decir datos u opiniones, tengo la impresión de que son obvios.