El mundo ha dejado de girar en torno a las grandes potencias y sus formas de hacer negocios. La política económica internacional ya no puede ser decidida por siete naciones (Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Japón). Ahora el bacalao también lo cortan otras cuatro naciones: Brasil, Rusia, India y China (conocidos como los BRIC), con sus asombrosos resultados económicos en medio de una crisis crónica, en la que los gigantes de siempre no tienen mucho de qué presumir. Sudáfrica ha captado la lección, y por ello, se acerca cada vez más a este grupo, que comienza a conformar un nuevo orden económico y político mundial.
La reciente y primera visita del presidente sudafricano Jacob Zuma a China cierra su ciclo de periplos a los países BRIC en apenas poco más de un año, desde que tomó el poder. Anteriormente el mandatario estuvo en Brasil, Rusia e India, y en cada una de las escalas se evidenció la voluntad de su país, que es locomotora del crecimiento en África, de establecer alianzas y fortalecer el comercio y la inversión, en función de reposicionar su economía.
En esa dirección apuntan los acuerdos adoptados por los presidentes Jacob Zuma y su homólogo chino Hu Jintao, quienes anunciaron una asociación estratégica integral que, como su propio nombre indica, no solo se circunscribe a lo comercial y económico, sino que incluye también el diálogo político y la convergencia de posiciones en Naciones Unidas y el Foro de la Cooperación China-África, entre otros ámbitos multilaterales. Los 38 acuerdos de cooperación firmados en Beijing reflejan la voluntad de establecer un puente basado en la igualdad, el beneficio mutuo y el desarrollo común.
Así, por ejemplo, Sudáfrica espera poder pasar de la exportación de materias primas (principalmente minerales) a la venta combinada de estas y bienes manufacturados, con un valor añadido. Esa es una oportunidad que Occidente, con una visión muy limitada e interesada sobre África como un reservorio de recursos naturales, no ha querido brindar a ese continente.
A partir de la estancia de Jacob Zuma en Beijing, las inversiones chinas, que hoy se concentran básicamente en el sector financiero y de la minería, abrirán su abanico de posibilidades a otros sectores como la agricultura, la energía, la electricidad, la energía nuclear y las infraestructuras. Los avances en el sector energético son estratégicos para un país cuya infraestructura en ese ramo se ha quedado rezagada con respecto a un desbordante crecimiento económico que requiere un mayor consumo, además de que estamos hablando de un país que genera energía para otras naciones del continente africano.
El nuevo impulso a las relaciones bilaterales Sudáfrica-China se inserta también en la voluntad y la preocupación de ambos por fortalecer la cooperación Sur-Sur, que aglutina actividades emprendidas por los países del Tercer Mundo para promover su desarrollo autónomo y una integración económica que les permita su justa inserción en el escenario internacional.
Con su creciente acercamiento, Sudáfrica y China no solo potencian su desarrollo, sino que podrían convertirse en los inversores para el crecimiento de otros países del continente africano, pues tienen los recursos financieros y la voluntad política para ello.
El alineamiento político y económico entre Sudáfrica y China —su mayor socio comercial— en función de sus intereses, es también una nueva oportunidad para que la nación africana mire más de cerca a los países BRIC, un grupo al que tiene mucho que aportar, tomando en cuenta sus riquezas y potencialidades. Algunas consultas ya se han hecho, mientras Sudáfrica forma parte de otros grupos con naciones emergentes como el IBSA (India, Brasil, Sudáfrica). Ahora, sus vínculos con los BRIC incorporaría a ese grupo la voz de África, un continente hasta hoy muy marginado, del nuevo orden económico internacional que se cocina.