Mientras la madre Tierra sufre por el afán de encender la pólvora de algunos de sus hijos, este domingo muchas personas le haremos un guiño a la ternura como ritual de paz en el quinto mes del año, y emprenderemos entre alegrías y costumbres otro viaje de vuelta a la semilla.
Pero no a esa semilla planetaria que hemos transformado en producto silvestre, sino a esa otra de fibras humanas que cierta vez nos hizo cómplices de su fecundidad, y desde entonces anda con uno a cuestas, orgullosa, feliz, a despecho de los sacrificios que en lo adelante ha tenido que cargar.
Ahora mismo voy atrás y me imagino de repente aquellas madrugadas en que el sollozo hambriento del recién nacido era un reloj despertador que no dejaba conciliar su sueño.
Pienso en sus amaneceres de culeros y sábanas por secar, o en sus noches de desvelo tratando de apaciguar la dolencia de ese fruto suyo que apenas llegó al mundo comenzó a buscarla por su fragancia inconfundible para él.
Cierro los ojos y la veo de cara al fogón, destilando las impurezas del primer puré, destejiendo el calor de una exquisita mermelada en lugar de compota, haciendo malabares con el tiempo entre la batea y el fregadero, con la vista puesta de la cuna al corral.
Pero por fin ya el nené dice ¡Mamá!, y se sonríe con fina picardía cuando lo estruja con delirio y le toma sus mejillas para besarlo en un trueque de cariño sin poco más a cambio. Ya el niño gatea, camina, corre. Ya sabe pintar y dar colores. Ya escribe y la maestra hasta le explica cómo hacer el trazo fino de la m y la a.
Ya el niño va cambiando la apariencia. Es casi joven, casi hombre. Ahora busca la luz de flachazos modernos. Ahora se inquieta por los misterios de la calle. Ahora suele probar fortuna en el amor y tender sus primeros pasos en familia.
Así van pasando los años, y esa bendita criatura que una vez redescubrió el valor de un vientre fértil acabará peinando canas y reciprocando noches de desvelo con el ejercicio de una caricia sostenida. Terminará riendo a la escucha de locuras increíbles y sucumbirá también ante el fogón si fuese necesario para brindar el puré a mamá.
Por eso hoy, cuando los nacidos en buena parte del mundo reservamos para esa semilla de la que surgimos una frase de halago o una flor de recuerdo ante su ausencia, me antojo de bien proclamar desde nuestro imaginario de añoranzas el día de los hijos en esta fecha de afecto a la maternidad, una coincidencia de la que pocas madres sentirán celo.
Y es que nada reemplaza el consejo de una madre confesándonos la verdad al oído, enseñándonos a vivir, haciéndonos saber que siempre estará ahí, al lado de uno, ante la voz de ese ser que anda por la vida por obra y gracia de su espíritu y sus manos.
Habrá quien la haga muy feliz, pero nadie supera el regodeo suyo en esa suerte de comunión especial con sus hijos, duendes que hoy brindamos por ellas a sabiendas de que sus alegrías somos nosotros mismos.