Un individuo intenta hacer explotar una bomba en un vuelo desde Ámsterdam, Holanda, a Detroit, EE.UU., y es valientemente interceptado (¡tadánn!). Pero no antes de subir al avión, sino en pleno vuelo. Y no por los agentes de seguridad, sino por… un pasajero holandés. De no ser por él, muy distinta hubiera sido la Navidad de muchos…
En Washington, entonces, buscan a quién retorcerle el pescuezo y abren el saco para meter a los ciudadanos de varios países sospechosos de terrorismo. Pero los agujeros en la tranquilidad aérea siguen apareciendo. Y esta semana, un pasajero con una computadora manual hizo saltar las alarmas en el aeropuerto de la alemana Munich, por cargar presuntas sustancias explosivas.
Corre-corre por aquí, suspensión de vuelos por allá, tardanzas, llamadas al lugar de destino del posible «terrorista» (Madrid) y nada. Todavía lo están buscando. Si se lo hubiera propuesto, hubiera podido cargar un misil Tomahawk, y nadie se hubiera percatado.
Ahora bien, además de que el incidente ocurrió en un aeropuerto de los más tecnológicamente avanzados del mundo, casi coincidió en tiempo con la celebración en Toledo, España, de una reunión entre los ministros de Interior de la Unión Europea y la secretaria de Seguridad Nacional de EE.UU., Janet Napolitano. En el aire estaba un tema: el uso de escáneres corporales en las terminales aéreas. Mediante tales dispositivos, se desnuda literalmente al pasajero en la pantalla, y se ve si porta pistolas, explosivos, sables, arcabuces, cimitarras, etcétera, aunque también las partes para las que, en primer término, se inventó la ropa.
Como son 27 voces, claro que ningún acuerdo es fácil, y así, mientras Italia, Francia y Holanda pretenden instalarlos ¡ya!, otros como Alemania y España preferirían aguardar al resultado de alguna investigación sobre el potencial daño radiactivo de esos artefactos. En Berlín la ministra de Justicia, Sabine Leutheusser-Schanerrenberger, del Partido Liberal, afirma que vulneran la «dignidad humana» en su «esfera más íntima». Un colega suyo, el titular de Interior, Thomas de Maiziere, habló de ofrecer el escáner como una posibilidad «voluntaria», de manera que las personas le vayan tomando confianza (Oh, sí: «¿Le apetece un cáncer, estimado pasajero?»).
La Napolitano dijo que no quiere presionar a nadie al otro lado del Atlántico —«no quiero, no quiero; échamelo en el sombrero»—, pero que su país sí los empleará. En la cita con sus pares europeos no se persiguió un acuerdo sobre el asunto, enterados todos de que era uno de los más candentes. Sí hablaron de intercambiar más datos (números telefónicos y de tarjetas de crédito) y de embarcar a más policías de civil en las aeronaves. Para ir «calentando».
No se dijo, supongo, que mejor que atajar al delincuente al final del túnel, cuando ya ha pasado intocable los controles aeroportuarios —como en Munich—, es no irse de aventurero a lejanos parajes y pretender decirles a sus pobladores, cohetes mediante, qué tipo de gobierno tener. Primeramente porque, tras casi una década de guerra en Afganistán, los únicos frutos son una rampante corrupción y una zafra de heroína, y además porque, ¿qué le pesará a un militante de Al Qaeda, creído de que después de un zambombazo suicida irá a parar a un cielo lleno de jovenzuelas, halar la argolla en un avión o en un ómnibus, como en Londres 2005?
¿O también habrá rayos X en las guaguas? Por este camino…