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El dolor del hambre

Autor:

Juventud Rebelde

Se adhiere al estómago, el cerebro emite señales constantes de que está ahí, duele. El hambre es la compañía constante de los pobres. Imagino seres humanos que nacieron con esa punzada en el centro de la vida y morirán en el intento de adaptarse a ella sin encontrar lo suficiente para saciarla. En medio de la crisis aumentan los hambrientos y, aún así, es más fácil asistir al espectáculo histérico de la caída de las grandes empresas, las ayudas millonarias de los gobiernos para sostenerlas, que leer sobre planes que alivien a tantos que no tienen qué comer.

Según un informe reciente de UNICEF, existen 400 millones de hambrientos en el sur de Asia y la apabullante cifra se eleva en la actual coyuntura. Mientras, aumentan los factores de riesgo para quienes son las principales víctimas de esta situación: ancianos, mujeres y niños, los más vulnerables y los más hambrientos. Casi la mitad de los pequeños en la región están desnutridos.

Ahora las familias invierten entre el 60 y el 70 por ciento de sus magros ingresos en conseguir algo de comida, mientras la educación, la salud u otros bienes de consumo quedan relegados a un segundo plano o sencillamente desaparecen de sus expectativas. En una zona del planeta donde más de la mitad de la población es menor de 25 años la situación toma tintes dramáticos.

Los padres se ven ante la complicada decisión de sacar a sus hijos de la escuela para que trabajen o enviarlos con el estómago retorcido y sin posibilidades de encontrar algo en la mesa a su regreso. Dan Toole, director de UNICEF en la región, asegura que los niños que abandonan la escuela para trabajar casi nunca regresan a las aulas y, por lo tanto, tienen menos opciones de mejorar sus vidas. Esto hace más trágica la espiral insalvable de la miseria.

El propio informe del organismo de la ONU para la infancia apunta que entre los países más afectados por el hambre está la India, con 230 millones de seres humanos en esta situación, frente a los casi 210 millones que había en 2006. Esta potencia económica emergente, que como todo el mundo padece las consecuencias de la crisis económica global, sufre ahora por la pérdida de empleos, la reducción de sus exportaciones y de los ingresos por concepto de remesas. Si este es el panorama de una de las naciones más dinámicas de la región, otros están aún más comprometidos.

En Nepal, el índice de quienes no cumplen sus necesidades alimenticias aumentó en 50 por ciento, de seis a nueve millones de personas en solo un semestre; y en Paquistán se disparó de 37,5 millones hace tres años, a los actuales 84 millones. Bangladesh tiene ya casi 66 millones de hambrientos.

La crisis económica mundial o de las tres F: food-fuel-finances (comida-petróleo-finanzas) como también se le conoce, se agrava con otros factores ya existentes o no resueltos por el actual orden mundial. La desigualdad en los ingresos, la falta de voluntad política para impulsar planes de desarrollo social, la ausencia de oportunidades para los jóvenes, la polarización creciente de las sociedades, la corrupción o el aumento de los conflictos bélicos, así como los crecientes efectos del cambio climático hacen más apremiantes la búsqueda de soluciones.

«Sin una urgente e inclusiva respuesta gubernamental, los pobres del sur de Asia—casi el 20 por ciento de la población mundial— van a sumirse aún más en la pobreza y la malnutrición, con consecuencias negativas para el crecimiento y desarrollo de la región y el mundo», alertó Dan Toole.

Cuatrocientos millones de hambrientos, y solo tomada como referencia una zona del mundo, es mucho. Pero un simple ser con hambre en la Tierra tendría que bastar para avergonzarnos. ¿Cuántos mendigan en este segundo para conseguir algo con que entretener al estómago?, ¿cuántas madres tienen ahora prendidos a sus hijos que se cansan en el intento de sacar algo de sus pechos secos? Solo en ese acto son dos los estómagos desconsolados, dos los cerebros emitiendo señales desesperadas... Muchos a los que debería dolerle.

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