«Quiero un sombrero/ de guano, una bandera/quiero una guayabera/ y un son para cantar...»
No creo que una pieza de vestir haga el corazón de una nación, como mismo una golondrina no hace verano. Existen asuntos más raigales del espíritu que le bordan la fibra a un país. Sin embargo, la identidad se construye, también, con símbolos y no quiero ser lapidario, pero la guayabera está en veda como mismo pudiera estarlo la tórtola o el manjuarí, como mismo pudiéramos bebernos el jugo de las nostalgias donde estuvo la mata de caimito, la de marañón o la de nísperos. Solo que, a diferencia de estas, que pudieran crecer por la propia obra de restitución de la naturaleza en cualquier rincón del monte, la prenda requiere de la voluntad humana para rescatar su sentido.
Tan es así que salí a la calle a encuestar a los jóvenes. Ante la pregunta simple de qué es una guayabera, las respuestas eran concluyentes: «Algo que usaba mi abuelo y ya no se usa». Un segundo cuestionamiento, referido a si se la pondrían para una fiesta de 15, una boda o en la nocturnidad de un sábado cualquiera, uno de los muchachos, mirándome cual extraterrestre, se preguntó a sí mismo: «¿Le habrá hecho daño la soya al puro?»
Lo cierto es, aunque duela admitirlo, que cada día que pasa se pierde más este elemento identitario de la cubanía, a contrapelo de otras latitudes latinoamericanas donde la pieza de vestir nacional es la mejor etiqueta; sello de orgullo y elegancia criolla usado en las ocasiones más especiales de la vida de cualquier ciudadano. En Cuba, país libre y soberano como ninguno, el uso de la guayabera se ha convertido casi en asunto de Estado. ¡Vaya paradoja! Su única vitrina parece ser la televisión, cuando un dirigente la porta como lo que es, un símbolo nuestro, o el visitante, en gesto de solidaridad, exhibe una, posiblemente de otra procedencia.
Si bien, unos pocos años atrás, la fresca camisa se conseguía a un costo asequible para cualquier bolsillo cubano, ahora, casi por exclusividad, la puede encontrar disponible en zonas comerciales destinadas al turismo (cuando aparece) y a precios demasiado anchos para el estrecho bolsillo del salario nacional.
Y aclaro que no estoy proponiendo que los cubanos nos uniformemos. Creo en la libertad cabal del individuo. Hablo de algo más raigal, de devolverle a la histórica camisa su presencia material en nuestra vida y en nuestros afectos, como estrategia también de esa batalla de ideas que esgrimimos, la cual tiene que llevar a nuestros jóvenes a portarla con orgullo y naturalidad, más que con vergüenza.
Uno se pregunta dónde han quedado, fuera de la estrecha pantalla de Palmas y Cañas, aquellos guateques en que «la reina» no podía faltar, aunque las manos dolieran de tanta plancha sobre el almidón para que las alforzas tuvieran la rectitud de las palmas. ¿Se habrán quedado dormidas las abuelas frente a su Singer, por falta de telas, para que el nieto vaya «vestido de cubano» al acto de la escuela? ¿Desmemoria por aquellos tiempos en que no faltaba, en moneda nacional, la posibilidad de ir con elegancia criolla a un viaje de estímulo o a un congreso? ¿Será que su uso, y abuso de años, nos ha llevado a un rechazo casi institucional? Muchas son las preguntas sin una respuesta, y ojalá que esta simple mirada sirviera de detonante a un debate mucho más amplio.
Mas, lo que lacera y duele, es que Cuba importe guayaberas, y las de origen yucateca o las filipinas, por su buena fama, nos roben la paternidad ante los ojos del mundo. Que se nos prive de tenerla a mano, a precios humildes, cuando ya pesa el hecho de no poder comprar una bandera o una prenda con la efigie del Che, fuera del circuito comercial destinado al turismo.
Soy de la opinión que, como mismo queremos rescatar los valores de la enseñanza en la familia y en la escuela, percutores de sanación para la sociedad toda, amada y defendida como proyecto humano, asunto como este, que pudiera parecer tema trivial de pasarelas, debiera tenerse en cuenta, también, como táctica frente a la malsana globalización por defender una identidad propia.
Si bien en algunas zonas del país ha habido intentos de rescate de la camisa, a través de diversos eventos culturales e iniciativas, su nulidad material en nuestros escaparates impide cualquier escaramuza digna a Elpidio y María Silvia, frente a los turistas Mickey y Minnie, cuando no podemos permitir que la guayabera, tan nuestra, tan cubana, llegue a portar el sello de Made in Disney, lo cual sería una vergüenza colectiva más que un dolor pasajero. ¡Ojal con esto!