Quien desee admirar «El rapto de las sabinas» (1799), aquel famoso lienzo de Jacques-Luis David, en el que su pincel trazó las figuras de romanos y sabinos enredados a lanzazos, disputándose las mujeres de los segundos, tiene dos opciones: consultar un buen libro de artes plásticas, o visitar el Museo del Louvre, donde reposa el original (la primera opción es más factible, por cierto).
Pero quien quiera ver «El rapto de los empresarios», puede estar atento a las noticias de lo que ocurre en Francia, más allá de las paredes del Louvre. Los trabajadores de varias fábricas, amenazados por el despido, toman como rehenes a los ejecutivos de estas, hasta tanto sus demandas son escuchadas.
No, no hay que temer estampas de película, como la de un trajeado señor amordazado y con las manos atadas. Los «bandidos» se limitan a encerrarlos en sus oficinas, o a dejarlos caminar por las instalaciones, sin permitirles salir, lo que pueden hacer horas después. Y nada de rescates millonarios. Estos «romanos» solo quieren que sus «sabinas» les reconozcan el derecho a salvar sus empleos, o a pactar justas compensaciones monetarias, pues no es gracia que los ricos, en tiempo de crisis, se lleven la bolsa llena y dejen a sus empleados colgados de la brocha.
Así ha ocurrido en diversos sitios, durante los últimos meses. Según fuentes sindicales en Internet, a principios de abril, en Grenoble (sureste), los directivos de la fábrica Caterpillar (la misma firma que produce los buldózeres con los que el ejército israelí acostumbra derribar casas palestinas), fueron retenidos durante una noche, como protesta por los planes para despedir a unos 700 obreros y pagarles solo un tercio de lo que reclamaban.
Otros que debieron quitarse los zapatos y dormir sobre el buró por una noche fueron los ejecutivos de una factoría de Sony, amenazada con el cerrojo. Los resultados de la presión se vieron en que, cuando cantó el gallo, los empresarios accedieron a aumentarles el pago a quienes se iban a la calle.
Y muchos otros de cuello blanco no han podido esconderse. Han ocurrido episodios similares en la empresa 3M (de la rama electrónica), en Scapa (que fabrica cinta adhesiva) y en Faurecia (que elabora autopartes). Como último ejemplo que el espacio me dejará citar, está el del multimillonario Francois-Henri Pinault, esposo de la actriz mexicana Salma Hayek. No es este último dato el que lo trae aquí, sino el hecho de que ha amasado sus ahorritos de 7 000 millones de euros, gracias, además, a su firma de perfumes Gucci, en la que decidió prescindir de 1 200 trabajadores. Según el diario británico The Telegraph, esto le ganó una hora de «cautiverio» en su limosina, cercado por caras enojadas. ¡Y valga que arrancó después!
Es esta la forma que toma la ira de los humildes en Francia. A nadie debería extrañar que quienes busquen justicia sean precisamente los descendientes de aquellos que no dejaron piedra sobre piedra de la odiada fortaleza de la Bastilla, símbolo de la tiranía monárquica; o de los que se levantaron en 1848 contra la opresión burguesa, o de los mismos que sabotearon los elevadores de la Torre Eiffel para que Hitler se quedara con las ganas de subir.
¿Qué dice el gobierno del presidente Nicolás Sarkozy? Pues que hará valer la ley y los responsables serán castigados. Pero, para su sorpresa, más de un 60 por ciento de los encuestados se oponen a que los «secuestradores» enfrenten cargos. Hay apoyo, e incluso, más confianza en la acción de los sindicatos que en la del Palacio del Elíseo, según lo demuestran otros sondeos.
Y es que muchos van «sacando sus propias conclusiones», como solía decir el profesor Eduardo Dimas. Si, según The Economist, el propio Sarkozy corrió hacia una fábrica de acero en el este del país para asegurar que no sería clausurada y pedir calma, y días después ¡cerró de todos modos y largó a 575 empleados!, ¿en quién confiar?, se pregunta la gente.
En nadie. De modo que basta con atrapar al «sabino» jefe. Lo que no dé la ley, lo suplirán el riesgo y la aventura. Y ojo: los responsables de las encuestas vaticinan que el mes de mayo será aún más «caliente».
Esperar y ver.