«JE ne regrette rien» (No lamento nada), solía entonar con su excepcional voz la diva de la canción francesa, Edith Piaff. Y con un timbre menos agraciado, pero igual de convencido, lo dijo el presidente galo, Nicolás Sarkozy, al término de la Cumbre de la Unión Europea el pasado fin de semana.
¿Por qué se felicita Sarko al concluir su labor en la presidencia semestral del bloque comunitario? Pues, como decíamos en otro comentario, por el paquete monetario acordado por la UE para enfrentar la crisis financiera global. Y por otros dos puntos: haber logrado una fórmula para que los irlandeses voten de nuevo sobre el Tratado de Reforma de la UE, y haber obtenido el consenso de los 27 países ante un paquete de medidas sobre cambio climático.
Aterricemos primero en Dublín. En junio, los irlandeses le dieron un portazo al también llamado Tratado de Lisboa, que debería regir la vida institucional de la UE desde 2009. ¿A qué le dijeron NO? A la posibilidad de que los servicios públicos —en primer lugar educación y salud— quedaran sujetos a las leyes de la competencia y la privatización, según lo permite el Tratado, y a la erosión de la neutralidad militar del país, pues el texto insta a cada Estado a mejorar su capacidad bélica y a establecer una defensa europea común, lo que llevaría a gastar más recursos en armas y participar en conflictos cuando otros, en Bruselas, tengan cosquillas de guerra.
Asimismo, rechazaron los ataques de la UE contra los derechos de los trabajadores. Y el ejemplo está en un veredicto del Tribunal Europeo favorable a la empresa letona Laval, que contrató a obreros letones para trabajar en Suecia y les pagó una miseria en comparación con los sueldos de los trabajadores suecos.
Lo bonito del asunto es que, previamente, el presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, había declarado que no habría un «plan B» si los irlandeses rechazaban el Tratado. ¡Y al final, ha habido un «plan B» (nunca digas nunca, Joseíto)! Ahora, por acuerdo del Consejo Europeo, y por el interés especial de Sarkozy, Irlanda deberá celebrar otro referéndum antes de noviembre de 2009, y recibirá a cambio un miembro permanente en la próxima Comisión Europea, la que disminuirá su número de comisionados de 27 a 18, para «aligerar» burocracia.
Valdría la pena, no obstante, averiguar si esta zanahoria basta para compensar el resto de las insatisfacciones irlandesas, y si la opinión de la mayoría tiene tan poquito peso y es digna de tan escaso respeto, que merece ser consultada una vez más. «Hasta que no digas SÍ, no te dejo tranquilo, querido electorado».
Segundo trofeo de Sarkozy y los 27: el acuerdo sobre cambio climático, por el cual se proponen medidas destinadas a reducir, hasta 2020, las emisiones de gases contaminantes en un 20 por ciento respecto a los niveles de 1990, y lograr un 20 por ciento de energías renovables. Entre las acciones estará poner un tope a las cuotas de emisiones de gases por países, y subastarlas, o sea, ¡que le duela en el bolsillo al que contamina! Quien emita dióxido de carbono, que pague, pues hasta hoy esas cuotas eran asignadas gratuitamente a las industrias por los gobiernos europeos.
A nivel nacional, algunos como Gran Bretaña colocan más alto la varilla, con la meta de reducir gases en un 80 por ciento para 2050. El salto, por lo visto, deberá ser «sotomayoresco», pues ello solo es posible con un desarrollo agigantado de las energías renovables, las cuales hoy constituyen solamente el cinco por ciento en la generación eléctrica del país; y por supuesto, inculcándoles mayor responsabilidad a los consumidores, causantes del 40 por ciento de esas emisiones, según datos oficiales.
Volviendo a Bruselas, dos cuestiones. Una es dónde queda, en el paquete climático, la transferencia de tecnologías a los países pobres. Dónde, que no lo veo. En este aspecto la naturaleza puede ser muy democrática, pues si en Europa proliferan equipos de captura de carbono, pero en Haití, Níger o Burkina Faso las personas tienen que seguir talando árboles y quemándolos para poder comer, ¿qué dolor de cabeza se le ahorra al planeta? ¡Ninguno!
Por otra parte, habrá que ver cuán resistentes son las buenas intenciones ante los intereses de la industria automotriz. Según la organización Ecologistas en acción, que congrega a más de 300 grupos en España, hace diez años ese sector se impuso como meta para 2008 reducir las emisiones a 140 gramos de dióxido de carbono por kilómetro. ¿Qué pasó? Que en 2007, en vez de disminuir, fueron de 158 gramos por kilómetro. ¡Claro!, si el peso de los autos había aumentado 200 kilogramos. ¿Qué harán ahora los fabricantes que no hayan hecho? ¿Volver con promesas que ya rompieron y romperán...?
Y bien, estos son los resultados más notorios de la Cumbre de Bruselas, mientras Sarko, cuyo desempeño semestral ha servido para alargarle la estatura unos centímetros a ojos de sus conciudadanos, canta en prosa la balada de la Piaff. El próximo semestre tomará el micrófono la República Checa, cuyo presidente, irónicamente, es el primer euroescéptico del país.
Veamos ahora cómo toman forma las ideas...