Cada día las penas y las atrocidades son mayores en la República Democrática del Congo, y muchos ciudadanos, los que no se favorecen con el robo de minerales por parte de las transnacionales extranjeras con apoyo de sus aliados en la región, se preguntan cuántos días más les tocará vivir.
Pero para desgracia de quienes tienen que abandonar sus hogares, refugiarse en países vecinos, o comer de la mano de organismos internacionales —que además hipócritamente financian, con la mayor lasca, los mismos países que invierten en el conflicto—, la guerra continuará, y en caso de que se llegara a una negociación entre el gobierno de Kinsha sa y el sedicioso Laurent Nkunda —quien amenaza con extender la violencia a toda la nación—, los resultados no serían nada optimistas, teniendo en cuenta los reclamos del ex general amotinado.
El domingo 16, en un encuentro con el enviado especial de Naciones Unidas, Olusegun Obasanjo, Nkunda expresó su disposición de unirse y servir al ejército nacional para continuar «una carrera que ama», y pidió para ello garantías internacionales a la Unión Africana y a la ONU.
Parece que el líder revoltoso bajó la tirada de sus exigencias. Primero, en una entrevista al diario español El País, «echando flores por la boca» sobre el presidente congoleño, Joseph Kabila, dijo estar preparado para ser gobernante y ayudar a crecer al país, aunque al alto puesto tenga que llegar fusil en mano. Luego, su discurso cambió: ahora quiere unirse a las tropas que representan y defienden a ese gobierno al que tanto ha enfrentado, a los hombres que fueron sus enemigos en el campo de batalla.
Un poco contradictorio ¿no? ¿O es que por su cabeza —o por la de los dueños de las transnacionales norteamericanas que también mandan en esta guerra—, pasan ideas mucho más «grandiosas», como acabar con Kabila desde dentro de las filas de su administración?
Resulta difícil creer en la buena voluntad de quien ni siquiera cumplió con su palabra de respetar un alto al fuego declarado unilateralmente por el gobierno congoleño, y siguió expandiendo su terror por las distintas localidades del este de la nación en su avance impetuoso contra Kabila.
Además, ese cuento de unirse y servirle al ejército nacional ya es bastante viejo. En 2003, luego de una de las ediciones más cruentas de la guerra que cobró la vida de unos cuatro millones de personas y en la que Nkunda, aliado de Rwanda y Occidente, se lanzó contra el presidente Laurent-Désiré Kabila —padre del actual mandatario y a quien Washington vio como seguidor del nacionalista Patricio Lumumba por su oposición al saqueo de las riquezas del país— el sedicioso se incorporó al ejército nacional según los acuerdos de paz firmados, que estipulaban la adhesión de los grupos rebeldes armados al ejército. Sin embargo, en 2004, cuando ya había sido ascendido a general, se rebeló contra Joseph Kabila.
Kinshasa no quiere chocar dos veces con la misma piedra. Por eso se ha negado a sostener una negociación especial con Nkunda —pedida nuevamente este sábado por el rebelde en un segundo encuentro con Obasanjo—, quien goza del apoyo de Occidente que no tiene Kabila. Asimismo, el presidente congolés ha revuelto la bilis de las transnacionales al revisar muchos de los contratos mineros y querer hacer negocios con China, vista por la élite de potencias como su principal competencia en África.
Por otra parte, ¿con qué cuenta Nkunda para asumir Kinshasa, además de la mano amiga de las transnacionales? ¿Con un largo expediente de violaciones y crímenes de guerra? Esa ficha no le dará el puesto en el palacio presidencial de Kinshasa, ¡al menos por las urnas!, como se lo ratificó en 2006 a Kabila un pueblo hastiado de la guerra.
Por tanto, si Kinshasa mantiene su posición, a Nkunda solo le queda continuar atrincherado. Y por supuesto, sabe que el pago por alcanzar sus deseos, sería el otorgamiento de concesiones en la explotación de minerales a quienes lo han acompañado todo este tiempo.