¿Sonará ocioso admitir que estamos en un momento eminentemente político? Y también ético. El escenario del país, aquejado por ruinas y roturas, nuevas y viejas, necesita hoy de la política y de la ética de manera especial. Las cosas suelen discurrir normalmente cada día, pero en ciertos instantes todo, al menos lo primordial, redimensiona su influencia en la sociedad. Ello es también evidente.
Entre la ética y la política suelen haber diferencias. Y aunque de ambas trataré de hallar lo que las une, no pretendo explayar una clase de filosofía, pues para tamaña cátedra estoy inhabilitado. No renuncio, sin embargo, a pensar cuando, parejamente a la acción, se necesita el pensamiento, aunque sea el de un modesto ciudadano.
Porque, a título de eso mismo, de ciudadano, me inquieta que a veces la acción pueda convertirse en una reacción instintiva, despojada de la reflexión que la orienta. Recientemente alguien me contaba que se había quejado del ruido, la gritería en altas horas de la madrugada en alguna zona o parque céntricos de la capital. Y le respondieron que ellos —es decir, quienes deben de intervenir— no actuaban porque mandar a callar, esto es, a respetar el descanso de los que trabajan y duermen, sería como admitir que en Cuba no habría democracia. Y para esa forma de acción que es la omisión, democracia equivale a hacer cuanto nos venga en ganas. Bueno, al menos algunas cosas de cuantas nos vengan en ganas.
Faltó en esa respuesta la reflexión, el pensamiento y la coherencia. Sin embargo, los tres miembros de la trilogía están presentes en la acción de congelar los precios de los productos agropecuarios para no añadir nuevos daños a los ya causados por los ciclones de agosto y septiembre. ¿Y quién niega que, precisamente, impedir el abuso, la extorsión, el egoísmo de los vendedores que dominan el mercado, es un resultado de la democracia y no de su falta?
Sería, pues, lo mismo poner orden en las indisciplinas callejeras que desordenan nuestra democracia. Equivaldría a impedir que derivemos en la «democracia del caos».
Tal vez el objeto de la política no sea convertir en ley los principios de la ética. Mas no habrá política, al menos política buena, sin la ética como ingrediente. Estoy, desde luego, utilizando un concepto de ética que incluye la moral, pero va un poco más adelante: es el cómo actuar correcta y justamente, pero también el saber porqué actuar así y no de otro modo.
Política y ética, pues, se influyen. Y si la ética existe porque existe el semejante, el prójimo, y ella dicta las relaciones con el otro, la política —la buena, repito— tiene en sí el impulso ético de proteger, construir y salvar la persona humana.
Digo, por todo ello, que vivimos un momento en que la política y la ética asumen un papel preponderante, sin que crea, al decirlo, que estoy redescubriendo la originalidad. Preponderante en lo social y en lo personal. Desde el punto de vista de la ética, mi provecho no puede basarse en la desventaja o desgracia de mis semejantes. Entre nosotros, cuando tantos tienen sus viviendas averiadas o en el suelo, o el alimento nos llega en cantidad menor a las necesitadas, la solidaridad es una acción ética entre los individuos. Y resulta una manifestación de la política en su proyección estatal. A ser solidarios y a convivir más juntos unos con otros nos llaman las urgencias de nuestro país.
Nos llaman a todos. Y los que tienen que aplicar la política —nuestra política revolucionaria humedecida por el magma humano de la solidaridad— están también obligados a ser reflexivos y coherentes en su aplicación. Porque actuar sin pensar, sin saber diferenciar dos libras de carne de pollo en una jaba y un saco abrumado de suculentas partes del ave, es ejercer la política sin la ética que la acompaña. Existe una diferencia en la situación del que porta dos libras y el que carga una arroba. Pueden esos volúmenes no tener el mismo origen. Tampoco los hombres.
La política repugna que se le aplique como si le profesara devoción fanática a un fetiche. Porque si en el plano interpersonal de la ética un mal gesto solo queda entre dos, una decisión política mal aplicada, lacera hoy todo ese tejido político del socialismo que nos une y que urge del consenso para permanecer articulado.
La justicia, ese sol del mundo moral que dijo Luz y Caballero, no incluye la indiferencia y la ceguera. Hay que quitarse la venda de los ojos. Y juzgar con claridad, como el búho —y cito la fábula de José María Heredia— que ve claro sobre todo de noche. Que es cuando más se necesita.