Doce años después, el hambre pareciera ser asumida por algunos como un show mediático, en el que se pierden los análisis cuando tratan de encontrar las causas de un problema global que en 2007 alcanzó a otros 50 millones de personas y pudiera no tener freno a corto plazo.
El alza de los precios de los alimentos, los efectos del cambio climático, y la explosión demográfica en países emergentes como China, India e Indonesia, con el consiguiente aumento de su consumo interno y la limitación en sus exportaciones de granos, son las «únicas» razones para quienes se quedan cortos al obviar —ya sea intencionalmente o por falta de luces—, la macabra idea de convertir los granos y cereales en combustibles y la asociada especulación financiera, un instrumento utilizado por los capitalistas para obtener cada vez mayores ganancias.
El panorama de la crisis es cada vez más desolador. Los precios de los alimentos básicos se disparan cada vez más y los vaticinios de expertos no son nada esperanzadores en este sentido. La FAO estima que el aumento entre 2007 y 2008 ha sido de un 52 por ciento. Y con el alza, los gobiernos echan mano a las reservas presupuestarias, y las familias a sus ahorros para comprar el pan de hoy, con la incertidumbre de no saber si tendrán para mañana. Según el Banco Mundial, las familias pobres están gastando hasta un 80 por ciento de sus presupuestos en alimentos.
Pero el hambre no se ha incrementado porque el mundo carezca de posibilidades para producir alimentos. Hace 20 años, Naciones Unidas anunció que el planeta podía sostener a 12 000 millones de personas, el doble de su actual población. Y este año, la FAO vaticinó que la producción de cereales, arroz y otros cultivos, sería récord. Sin embargo, no deja de advertir que los precios seguirán por los cielos.
Detrás de esta creciente escalada de precios están los inversionistas financieros quienes, al perder ganancias en sectores tradicionales debido a la devaluación del dólar, la burbuja inmobiliaria y la inestabilidad de las bolsas, han optado por trasladar su dinero ficticio a renglones como los alimentos, empujando cada vez más sus tarifas. Las transnacionales acaparan hoy las producciones, impulsadas por la febril ambición de que mañana pudieran ganar, con su reventa, grandes sumas por encima de su valor. Otros, incluso, llegan al extremo de negociar la compraventa de alimentos que aún no se han producido.
Apuestan a lo seguro. Están confiados en que el negocio les saldrá redondo. Las economías líderes del mundo han decidido sustituir una parte de su consumo de petróleo por biocombustibles, y para ello incentivan, con subsidios de miles de millones de dólares, su producción. Europa quiere que para 2020 un 10 por ciento del consumo total de energía provenga de los biocombustibles, y Estados Unidos pide que sea un 15 por ciento para el 2017.
Ante esta situación, los agricultores guardarán buena parte de sus tierras para sembrar maíz o trigo destinados a ser convertidos en gasolina. Tampoco les queda mucha vereda que escoger. Los insumos agrarios son también cada vez más caros debido al alza del precio del petróleo, con el que también se especula. Entonces, lo que les queda es ceder a los pedidos de quienes subsidian su actividad económica, si no se quieren colgar la soga al cuello.
En un mundo que se mueve tras las ganancias, solo un mal negociante perdería la oportunidad de especular con los granos. Se estima que los capitales especulativos controlan actualmente el 60 por ciento del trigo. Asimismo, el volumen de capitales invertidos en los mercados agrícolas se quintuplicó en la Unión Europea y se multiplicó por siete en Estados Unidos, en 2007.
Recientemente, el banco internacional Merril Lynch y la firma consultora Capgemini publicaron el duodécimo informe anual sobre la riqueza en el mundo. Según este reporte, 10,1 millones de personas concentran en sus manos 40,7 billones de dólares y su riqueza media supera por primera vez los 4 millones. Habría que ver cuántos de estos «afortunados», que representan poco más del 0,1 por ciento de la población mundial, han llegado a esta lista a costa de especular con el pan de la mayoría de sus coterráneos o de sumir en la hambruna a 854 millones de personas.