SI países del Primer Mundo ya sienten la crudeza del aumento del precio de la canasta básica, y organismos financieros internacionales han lanzado la alarma sobre el caos que se avecina, en otros rincones del planeta, precisamente los más hambrientos, la crisis ya es un hecho que ha generado una ola de violencia. Y cuando se trata de una nación sumida en la guerra durante años, la cosa puede ser mucho peor...
Multitudes airadas protestan en Mogadicio. Foto: AP En Somalia, los precios de los alimentos se han disparado por las nubes. Mogadiscio ha sido escenario de protestas callejeras y ataques violentos contra los centros comerciales para hacerse de alimentos y artículos de primera necesidad, imposibles de pagar debido a las escandalosas tarifas, por un lado, y a que los dueños de la mercancía exigen cobrar en dólares norteamericanos, ante la proliferación de billetes falsos.
Esto ha impulsado aún más la depreciación de la moneda nacional. En enero, el shilling somalí tenía una tasa de cambio de 17 000 unidades por dólar, y a principios de mayo ya sobrepasaba los 30 000.
Los proveedores sustentan, además, que el gobierno pretende cobrar los impuestos en dólares norteamericanos. Entonces, ¿quién le pone el cascabel al gato? Es una cadena en la que, por supuesto, nadie quiere perder. Además, en 17 años de guerra no ha existido un banco central que implemente una política monetaria ni regule la impresión de billetes.
Ante este dilema, los alimentos son cada vez más caros y la hambruna es crónica. La harina de maíz ha aumentado en más del doble su precio, de 12 centavos a 25 un kilogramo, mientras que un saco de 50 kilogramos de arroz, otro de los productos básicos de la alimentación, subió de 26 dólares a 47,50. Cuotas impagables para una población, de la cual 2,6 millones dependen de la ayuda humanitaria internacional para sobrevivir, cifras que según la ONU, podrían alcanzar los 3,5 millones de personas —casi la mitad de la población— de aquí a finales del año.
El panorama se complejiza con las fuertes sequías sufridas en los últimos tiempos por la más oriental de las naciones africanas, y que han destruido cosechas y diezmado los rebaños, devastando una economía eminentemente agropecuaria que, además, está deprimida técnicamente y en cuanto a infraestructura. Dos sectores que necesitan una mano de obra estable que la guerra les arrebata.
La escasa posibilidad de de-
sarrollar una actividad económica rentable en los campos somalíes ha originado un gran flujo migratorio hacia otros centros, totalmente eclosionados en la actualidad, en los que por supuesto no abundan los empleos y se reproduce la pobreza.
De Mogadiscio también se huye. La capital, y en general el sur del país, son sacudidos por una guerra heterogénea en contrincantes: las Cortes Islámicas, la denominada Alianza para la Restauración de la Paz y contra el Terrorismo o «Señores de la Guerra», apoyados por tropas etíopes y al servicio de Washington, quien anda tras el control del petróleo y sus rutas de transporte en África y Medio Oriente.
Estos enfrentamientos obstaculizan el comercio de alimentos y la distribución de ayuda alimentaria en Somalia, una de las 36 naciones que necesitan de la asistencia exterior, según datos ofrecidos por la FAO en febrero de 2008.
Los frecuentes bombardeos de Estados Unidos —el último fue a inicios de mayo— en busca de presuntos líderes de Al Qaeda, les roban la paz a los somalíes, y destruyen sus tierras y animales.
Ante tantas desgracias, Somalia está condenada a seguir en las listas de países en emergencia alimentaria, pues implementar una política económica que la rescate de su abismo es una utopía irrealizable para un país sumido en una intensa guerra, expuesto a los más feroces efectos del cambio climático y envuelto en una anarquía que cada día fractura más la nacionalidad somalí.