Por supuesto que sería absurdo y completamente insensato juzgar a Guatemala por su condición de país con alto riesgo de vida, como si habláramos en nombre de una compañía de seguros o como si fuera el único sitio del mundo que padece del miedo generado por la impunidad, en la cual han estado sumidas por mucho tiempo las sociedades latinoamericanas. Mejor sería decir que la violencia se ha convertido, en los últimos años, en una especie de Apocalipsis de las relaciones humanas en todo el mundo, incluyendo a Guatemala.
Hace unos meses fueron asesinadas varias personas en ese país, como casi todos los días. Había una huelga de los trabajadores del transporte y era la hora de salida de la universidad. Gustavo, compañero de andanzas por La Habana Vieja, había terminado las clases y se proponía empezar el turno laboral. Era investigador social de una ONG y hacía encuestas en el interior del territorio nacional, pero ese día no entrevistó a nadie. La historia de la bala perdida se repite una y otra vez en estos parajes.
«Es como la teoría de la burbuja. Cada cual se encierra en su propio mundo y prefiere no ver», cuenta mi amigo de 21 años. Claro, en la medida de lo posible, porque ni la libertad de hacerse el de la vista gorda existe íntegramente. No se hará nada, no habrá ningún detenido, y la prensa, como en miles de casos similares, se olvidará del hecho en pocos días.
Pienso, lector, que le será difícil imaginarse en una situación donde la muerte acecha sin ningún impedimento a cada instante, donde cargar un arma en defensa personal es como llevar un bolso. «Para algo está la policía, ¿no?», pensaríamos en un primer momento.
Pero la corrupción de los aparatos de represión deja mucho que desear cuando el 93 por ciento de la responsabilidad por los más de 200 000 muertos o desaparecidos que dejó la guerra es suya, según el Informe Memoria del Silencio.
Sí, porque nadie admite el estado de guerra aunque haya ejércitos privados, sectarios y/o contratados a disposición de poderes ocultos que manejan todo como en un juego de video. Nadie le sigue la pista a ningún asesinato. Para qué si, en definitiva, mañana habrá otro. Parece salida de un cuento de ficción, pero en realidad esta violencia, latente desde la guerra y la aplicación de políticas contrainsurgentes, tiene origen en la extrema pobreza que impera en Guatemala y, en gran medida, en América Latina. «Un pueblo con hambre nunca va a ser pacífico», reconoció el recién estrenado presidente Álvaro Cólom, en su toma de posesión.
Veamos. También hay que ponerse en el lugar de los gobiernos anteriores que siempre tan ocupados en mantenerse en el poder, no tuvieron tiempo de ocuparse de estos «ínfimos» asuntos y en cambio dejan que el morbo y el amarillismo utilicen sus medios de prensa como máxima expresión de sus potencialidades. Es que debe ser extremadamente agradable que nos describan, con lujo de detalles, cómo acribillaron a un grupo de jóvenes a la salida de la escuela y hasta el calibre de las balas que utilizaron para ello.
«Sigo soñando con todo lo que puedo hacer por mi país, es el futuro en el que me hallo. Hay tantas ideas y reformas que se pudieran implementar, tanto que hacer en vez de proponer salidas pasajeras y curas temporales (...) El que denuncia se enfrenta al crimen organizado y las bandas infinitas de criminales infiltrados en el gobierno, no miento. Nadie me cree. Aunque se quisiera, no se podría tramitar todas las ilegalidades judicialmente, son demasiados casos y estructuras de poder paralelas. Piensa en una nación de ciegos voluntarios, que no abren los ojos porque saben lo que van a encontrar y no lo soportarían, una nación paralizada por el miedo y la miseria. Pareciera que todo está perdido, pero siempre que se tenga una verdad en la mano, hay que luchar por ella».
Me permití citar directamente a mi amigo y unirme a su casi suicida esperanza. Quizá eso nos ahorre a algunos la molestia de recibir correos para enterarnos de que hay personas queridas a las que ya no volveremos a ver, simplemente por estar en el momento y el lugar equivocados.