El ultraderechista Jean Marie Le Pen ha defendido en varias ocasiones las atrocidades nazis, ¡y ahí sigue! Esta vez, cuando el entrevistador le hizo notar que millones de seres humanos fueron conducidos a los campos de concentración con el propósito de masacrarlos, Le Pen se dio el gusto de replicar: «Eso es porque usted se lo cree. Yo no estoy obligado a compartir esa visión. Hago constar que en Auschwitz estaba la fábrica de IG Farben, que tenía 80 000 obreros trabajando. Que yo sepa no fueron gaseados, ni quemados».
Investigaciones muy precisas han demostrado que en el infierno de Auschwitz perecieron más de un millón de personas, entre prisioneros judíos, polacos, gitanos, y soviéticos; pero a Le Pen le resbala. Como le resbaló a Silvio Berlusconi la indignación provocada cuando en septiembre de 2003, siendo primer ministro de Italia, afirmó a una publicación británica: «Mussolini nunca mató a nadie; enviaba a la gente de vacaciones a las fronteras» del país. El millón de muertos con que el Duce ensangrentó sus manos en la ex Yugoslavia, en Libia, Etiopía, y en la misma Italia, donde miles de judíos se convirtieron en víctimas, fueron a dar bajo la alfombra, de un solo escobazo del Cavaliere.
Lo más preocupante, a pesar de todo, no es que a estos sujetos les tengan sin cuidado sus desafueros verbales, sino que ambos continúan en la escena política europea sin que el viento les mueva un solo cabello. El italiano incluso se apresta a comenzar un tercer período como jefe de gobierno, y el francés, condenado en febrero pasado por decir que la ocupación nazi en su país «no fue particularmente inhumana», quedó exento de cumplir los tres meses de cárcel que se le fijaron inicialmente.
Muy sabiamente lo poetizaba Góngora: «Porque en una aldea/ un pobre mancebo/ hurtó solo un huevo/ al sol bambolea;/ y otro se pasea/ con cien mil delitos. cuando pitos, flautas/ cuando flautas, pitos».