Si usted se monta en un ómnibus urbano, por ejemplo, y paga con un peso, hay un 90 por ciento de probabilidades de que el conductor no tenga menudo para devolverle los 60 centavos. Calcule que esto puede suceder con un mínimo de 30 personas diarias ¡Tremendo acumulado!, ¿verdad?
«Compadre, no seas ridículo, ¿para qué tú quieres 20 centavos?». Así le dijo el muchacho que iba delante de mí en la cola del P4 al amigo que pagó por los dos y, al ver cómo el conductor se hacía el de la vista gorda, se quedó parado esperando su vuelto.
Así, a muchas personas les da vergüenza esperar «unos quilitos». No solo cuando tomamos el ómnibus, sino también cuando vamos a la panadería, a la bodega o a la farmacia...
Pero existe una gran diferencia entre dejar el vuelto y que nos lo quiten. Aunque, ¿para qué pueden servir unos centavos después de todo?
Lo que pasa es que también son muchos aquellos a los que esa nimia cantidad ha sacado de apuros, y, para ser más específica, ¿cuántos no hemos salido a la calle con una moneda de un peso, pensando en la posibilidad de pagar la ida y el regreso? ¿Cuántos no guardan los centavos para comprar el pan o los mandados? ¿O cuántos se privaron de algún bien o servicio, porque, sencillamente, le faltaban unos centavitos? Y en este verde caimán impera el famoso cartel del cuento: Hoy no fío, mañana sí.
Hay personas que buscan salida a sus problemas de carácter temporal imponiendo tributos a los demás, sin pensar en las dificultades y carencias de aquellos a quienes esquilman, los que tal vez cargan con mayor peso los efectos de estos años de crisis.
Si todos optáramos por llevar a cuenta ajena las insuficiencias de los salarios y las carestías que aún padecemos, estaríamos alimentando un círculo vicioso de insensibilidad. Los conductores serían víctimas de algún bodeguero que luego se quedaría sin vuelto en algún ómnibus, y así sucesivamente...
En nuestro país es muy común admitir que los primeros bloques de una pirámide son los que soportan el peso de los de arriba, o si lo prefiere, que la soga siempre se rompe por el lado más débil. Pero muy mal estaríamos si aceptamos que semejante filosofía existencial se imponga en la sicología de resistencia del cubano, tan famosa precisamente por todo lo contrario.
Una ocurrente solución se la escuché por estos días a una vecina en la panadería. No tenía menudo y pagó con cinco pesos lo correspondiente a dos panes. La muchacha detrás del mostrador solo tenía pesetas para el vuelto y le inundó las manos con ellas. Molesta por el reguero de monedas de 20 centavos exclamó: ¡Deberían cambiárselas a los conductores de las guaguas que nunca tienen!