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Lección de pedagogía

Autor:

Juventud Rebelde
En el mes de marzo de 1972 fue el acto de graduación de maestros emergentes de la escuela Jorge Agostini; perteneciente a la Columna Juvenil del Mar.

Aquel día me inicié en esta hermosa profesión. Ese hito marcó el límite entre una etapa y otra de mi vida. La fiesta de aquella mañana sabatina fue amenizada por la orquesta Los Van Van; pero de todo, lo que más y mejor recuerdo fue la participación protagónica de alguien a quien yo veía por primera vez, y de quien luego supe que era uno de los 12 pedagogos más importantes del mundo, el entonces viceministro de Educación de Adultos, Raúl Ferrer.

De esa extraordinaria persona que fue Raúl Ferrer se han tejido un montón de anécdotas. Como el 12 de enero se cumplieron 15 años de su muerte, quiero contarles una muy simpática que guardo sobre él.

Los que recibiríamos el título de maestros estábamos sentados en el salón de reuniones de la Jorge Agostini cuando hizo la entrada la presidencia del acto. Al sentarse en el lugar reservado, fue casual que a Raúl le diera justo en el rostro un rayo de luz solar que penetraba por la abertura de una puerta. Al percatarse de ello, quienes estaban en la presidencia corrieron sus sillas y así Raúl se libró de aquella molestia.

Pero como la tierra no detiene su movimiento de rotación, no tardó mucho en que el rayo se desplazara y volviera a molestar la visión de quien era el centro de atención de todos. Entonces, en lugar de moverse hacia la posición anterior, los integrantes de la presidencia trasladaron las sillas en la misma dirección de antes.

Lógicamente, ya todos sabíamos que no tardaría en producirse el mismo fenómeno y a eso estábamos atentos hasta que, en efecto, el rayo volvió a iluminar su rostro y él hizo un gesto con su gracia natural que provocó nuestra risa reprimida.

Agotados los puntos previstos en el acto, correspondió al viceministro hacer las conclusiones en las que todos imaginamos hablaría de la escuela, del curso, de sus resultados, de los maestros, de la educación, de su importancia... pero Raúl Ferrer habló del rayo de luz, y habló más de una hora sobre la luz, y de cómo al descomponerse se originan los colores, y por qué se diferencian unos de otros, y habló de los colores primarios, complementarios y de las gamas de colores y las armonías cromáticas, de los contrastes, de los valores, la temperatura, el movimiento y la simbología de los colores, entre muchas otras cuestiones de esa maravilla de la naturaleza.

En la sala había un silencio sepulcral y una concentración hipnótica. Aquel hombre de voz grave, casi ronca, de ademanes enérgicos, de ojos vivarachos, de palabra pintoresca, de frase fresca, original y sorprendente, impresionaba por su vasta cultura, cautivaba a sus oyentes y creaba un estado de mansedumbre y placer singular en su actuación, porque —es la verdad— era un artista cuando en el escenario de la clase se inspiraba.

A 36 años de aquel encuentro feliz aún recuerdo con viveza sus palabras, pero lo esencial, lo que no dijo, sino que lo mostró, fue la gran lección pedagógica: aprovechar oportunamente el interés de los discípulos, o crearlo, para que el aprendizaje sea más fácil, rápido y duradero, al tiempo que despierte y estimule el deseo de seguir aprendiendo.

¡Maestro!, ese era el título que lo llenaba de gozo cuando se lo reconocían, o cuando así se dirigían a él.

*Profesor de la Universidad de Holguín

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