Puede parecer ofensivo decirlo, pero estamos ante un absurdo cuyo origen puede ser la tan socorrida falta de recursos. Y a simple vista es un absurdo, porque lo que está puesto a la venta necesita mostrarse y no guardarse como en una especie de caja fuerte, que eso mismo parecen los estanquillos. Pero no me quedo en esta esquina. He usado el ejemplo como resorte para extender mi comentario. A veces percibo que en nuestra sociedad hay más de un absurdo: quizá una cadena que nos ata y nos incapacita hasta para percatarnos de nuestras contradicciones.
Cadena de absurdos dice uno y no por ello puede pensarse que vivimos en una sociedad absurda. Como suele suceder, las generalizaciones son muy injustas. En Cuba se palpa una coherencia: sabemos lo que buscamos y queremos desde el punto de vista social: una nación fundada sobre bases de equidad, igualdad, valores humanos como la solidaridad, la fraternidad, y organizada políticamente bajo empeños tan primordiales como la preservación de la independencia y el predominio de la democracia participativa. No me parece que andemos, al menos la mayoría de los ciudadanos de este país, queriendo cosa distinta. Somos, en ese aspecto, consecuentes con la vocación histórica de nuestra nación.
Las inconsecuencias, sin embargo, empiezan en las formas y métodos con que pretendemos concretar eficiente y efectivamente los ideales que la Revolución nos puso como sentido de nuestra vida hará pronto 50 años. Algunos de nosotros han extraviado el sentido crítico y ven la realidad a través de un tubo de poca luz, casi como a través del cañón de una escopeta. Por supuesto, por ese hueco se aprecia un cuadro tan estrecho que resulta casi imposible valorar justamente la situación y el desarrollo de las cosas.
Si fuéramos a escoger ahora, a principios del año, las cuatro palabras básicas que deberían ser la guía de nuestras acciones, este comentarista elegiría flexibilidad, racionalidad, realismo y correspondencia. Leídas de pronto parecen no tener ninguna relación. Pero, precisamente, porque a veces hemos intentado enfocarlas y ejercerlas sin ninguna conexión es que hoy tantos actos se nos presentan de manera inconsecuente.
¿Qué nos daría la flexibilidad, por ejemplo? La flexibilidad sería una de las formas de la racionalidad, es decir, el predominio de la sensatez en nuestro proceder como sociedad. Flexibilizando nuestros conceptos sobre el orden, la libertad, la justicia, el individuo, veríamos el conjunto de la gente y los hechos más racional y democráticamente. Y así miraríamos la situación del país con realismo; sabríamos discernir entre lo posible y lo imposible; lo conveniente y lo inconveniente; lo urgente y lo mediato; lo externo y lo interno. Tendríamos un criterio sistémico, universal, de la congruencia entre el ser y el querer ser, entre lo que ha de permanecer y lo que debe ceder su espacio a ideas más frescas y creadoras, porque su tiempo ya feneció.
Desde luego, con esa claridad se nos facilitaría la correspondencia entre acción y palabra, entre principios y hechos, entre política y retórica, entre reflexión e improvisación. Y sobre todo, la correspondencia entre los deseos de perdurar como proyecto revolucionario y las demandas primordiales para alcanzar la perdurabilidad. Los deseos no bastan. Son arteros. A veces nos obligan a poner los ojos en las flores del horizonte y nos prohíben ver las rosas que crecen bajo nuestra ventana. Flexibilidad, racionalidad, realismo y correspondencia. Cuatro palabras. Me gustaría tratarlas por separado, a partir del vienes próximo.