Silvio, ya esencial sin el Rodríguez, acaba de retomar un viejo sueño incumplido, de tempranas rebeldías suyas: estar «con los que ríen con solo media risa, los delimitadores de la primavera». El trovador se la juega una vez más con las sombras de la inercia y los silencios de la comodidad. Le cantará a los reclusos en una insólita gira por las prisiones, que se suma al empeño de propagar virtudes en los penales, hasta convertirlos en verdaderas escuelas de salvación y no almacenes donde se expíen y fermenten viejos delitos y torceduras.
El gesto de traspasar las rejas con su canto no puede pasar inadvertido. A fin de cuentas, Silvio no requiere de guiños publicitarios, mucho menos de campañas y maratones mediáticos. Le sobra con su genio artístico, ya probado a escala universal, ya marcado en el tiempo. Entonces, ¿qué se trae el cantautor?
De la misma manera en que cada quien descifra muy personalmente las parábolas y los símbolos de sus canciones, así hoy me aventuro a extraer de esa iniciativa de Silvio una señal elíptica que pudiera alumbrarnos ante los desafíos que tienen por delante la Revolución y la nación cubanas en estos complejos tiempos.
Quizá el trovador nos está alertando acerca de la necesidad de sumar y multiplicar sin fronteras ni prejuicios, para salvarnos de tantos escollos externos e internos y emerger «con todos y para el bien de todos», con José Martí. ¿No será un arresto de ecumenismo?
Al menos lo interpreto así, cuando palpo el daño que infligen a la unidad de los cubanos —tan estratégica hoy— los que siempre se han especializado en restar y dividir con sus zancadillas y sus dogmáticos tamices, esos que gozan con el etiquetado y la estigmatización. Los que no tienen la ductilidad para sumar fidelistamente a todos, por encima de diferencias, matices y defectos. Esos extremistas que no tienen fe en la multiplicidad humana y se creen ellos mismos la causa y el principio, para al final desnudarse y revelar toda su oportuna mentira, su extremo cuidado, su conveniente preservación.
Me alisto todo el tiempo con el espíritu democrático de Silvio, que convoca a creadores y artistas cubanos a abrir trechos de confianza y de luz en las galeras, a tender puentes hacia los errados pero no perdidos, y a todos los compatriotas. Cuánta falta hace pensar así, con devocionario público, para atender las mataduras de cada quien aun con lo poco que tengamos, y no conformarnos con los grandes propósitos.
Los desgajados y transgresores que torcieron la dirección, los aislados y escépticos, los que mascullan su tristeza y desánimo... a todos esos no podemos hacerles cordones sanitarios excluyentes. Si los miramos como derrotas nuestras, frutos magullados o piezas descentradas donde no funcionaron los mecanismos, podremos tenderles la mano hacia la integración y la plenitud, y revisar nuestros propios yerros e incompetencias con signo de restar y dividir. A fin de cuentas esta isla es chiquita, pero caben todos los cubanos en tanto corazón.
Que cante Silvio, y su mensaje traspase los barrotes de los penales, y otras rejas mentales que nos impiden repartir la Revolución, como un sueño de todos.