Constructivo y sensato gesto el que ha tenido Lula, el presidente de Brasil, al ratificar a Uruguay el interés de lograr, de igual a igual, un intercambio concreto en el marco del MERCOSUR que, por vía transitoria, enriquecerá y posibilitará que eche a andar la aún recién nacida Comunidad Sudamericana de Naciones.
Hermoso, porque se trata del compromiso expresado por la mayor economía del sur americano a una de las más pequeñas. Racional, porque en esos distintos niveles de desarrollo y el diferente tamaño de las economías, ha estado uno de los handicaps que ha imposibilitado avanzar al Mercado Común del Sur en su vieja pretensión de constituir un bloque.
Es lo que se ha dado en llamar «las asimetrías»: diferencias entre grandes y pequeños equiparables, a nivel mundial, a las que en el seno de la OMC motivan las demandas de trato preferencial de parte de las depauperadas economías pobres, mientras los industrializados siguen sin escuchar, y entrampan las tratativas. Pero en el plano continental las diferencias deben tener solución si priman la comprensión, y un real espíritu colaboracionista.
Aquí en La Habana, un hombre de vista aguzada como el embajador venezolano Alí Rodríguez Araque —ex titular de Energía y Minas y, en su momento, presidente de la OPEP— acaba de identificar como «la filosofía» del ALBA. Útil, porque está permitiendo a nuestras naciones solventar algunas de sus necesidades más vitales sin tener que hacer concesiones lacerantes, o aguardar eternamente por la «benevolencia» del Norte. Necesaria, porque está abriendo espacios para un próspero intercambio intra-latinoamericano —como observara Araque—, que pudiera ser la semilla del mencionado pero aun ausente comercio «sur-sur».
Los postulados de esa forma de pensar y vivir han conseguido que los últimos días en Latinoamérica fueran un rosario de contactos donde se han fraguado nuevos consensos, o signado sustanciosos acuerdos. Bolivia consiguió el necesario reajuste del precio del gas que vende a Brasil, y aún firmó otros trueques; Argentina engrosó los convenios mediante los cuales envía ganado a Venezuela a cambio de crudo; los primeros barcos venezolanos cargados de petróleo llegaron a Nicaragua y a Ecuador y, ahora, Lula y Tabaré Vázquez, el presidente de Uruguay, ratifican la voluntad de seguir profundizando el diálogo bilateral y de adaptar el MERCOSUR a las necesidades de sus miembros —superando las «asimetrías».
Fructífera más en lo político que en lo económico, la visita fue sellada por una declaración angular de Lula, al manifestar que «la función de Brasil en el MERCOSUR nunca será de hegemonía sino de igualdad», y exponer la convicción de que su país «tiene que asumir su responsabilidad como mayor economía del bloque y crear condiciones para que el comercio sea lo más equilibrado posible», según reseñó PL.
No obstante, también hubo resultados tangibles, como el memorando suscrito para la promoción del comercio y las inversiones, y el Protocolo de intenciones con vistas a la cooperación en materia de biocombustibles y para crear una empresa mixta en el área energética y minera.
Por demás, el encuentro parece oportuno cuando la próxima llegada de Bush a Uruguay, y la reciente firma por ambos países de un acuerdo marco para la adopción de otros convenios —conocido por las siglas TIFA—, ha sembrado temores sobre una especulada adhesión de Montevideo a los TLC estadounidenses que, para muchos, significaría una estocada contra la integración latinoamericana y, concretamente, contra el MERCOSUR.
Uruguay será la primera escala de un periplo que es considerado el más amplio efectuado por el presidente de Estados Unidos a América Latina, y lo llevará también a Brasil, Colombia, México y Guatemala.
Tal vez entre los asuntos abordados por Lula y Tabaré estuviera esa gira, que unos ven como muestra del deseo de Washington de «recuperar» el terreno perdido en Latinoamérica, mientras otros lo valoran, apenas, como un intento de Bush por anotarse puntos que compensen el abucheo ganado en Iraq y contra su belicista política exterior.
Los lazos establecidos por la mayoría de
los gobiernos latinoamericanos y la autonomía que estos les han proporcionado parecen irreversibles, lo que hace augurar pocos éxitos al presidente de EE.UU. Pero, como buen yanqui, Bush vendrá con el «divide y vencerás» de Maquiavelo. Y los latinoamericanos debemos estar sobre aviso.